Con su capacidad lingüística performativa la vicepresidenta caracterizó a los candidatos presidenciables del ex Frente de Todos como “hijos de la generación diezmada”. Massa y Kicillof con 51 años, Wado de Pedro con 46. La generación X, la que sigue a la generación de los baby boomers y precede a la de los millennials, los nacidos entre 1965 y 1980. Hay hipótesis que incluyen a los nacidos entre 1954 y 1965 también en la generación X, pero lo que da solidez a la categorización especial de los nacidos en la década del setenta es que fueron nativos de una era en la que ya se había producido los cambios sociales y de valores que nos acompañan hasta nuestros días: menor supervisión de los adultos sobre los menores, madres que trabajan y mayor paridad de géneros.
La generación X sería la generación bisagra entre el siglo XX y el XXI. En Argentina el nacimiento de los integrantes de la generación X coincide, además, con el inicio del proceso de decadencia económica del país (1974) cuya causa algunos analistas colocan diez años antes y en cualquiera de las fechas los exculpa.
Con ojos en la nuca Cristina Kirchner repite diagnósticos anacrónicos, fruto de ceguera paradigmática
Con sus 70 años cumplidos, no quedan dudas de que el nacimiento de Cristina Kirchner corresponde a la generación anterior, pero más allá de lo que indique el calendario su pensamiento está envejecido, cualidad que comparten también los más jóvenes de ambos extremos de la grieta.
En cada discurso público como el del jueves pasado en Río Gallegos, insiste en colocar como problema central de la falta de desarrollo argentino actual a la deuda con el Fondo Monetario Internacional, cuando en realidad, esa deuda es apenas consecuencia y no causa del nudo gordiano de nuestra falta de desarrollo, que precisamente reside en el envejecimiento ideológico de los actores dominantes de la dirigencia política argentina, siendo ella su paroxismo.
No cabe dudas de que Macri fracasó económicamente, que sus ideas son tan vetustas como las opuestas de Cristina Kirchner, que el crédito de casi 50 mil millones de dólares del FMI en 2018 fue para permitir que los fondos privados que habían venido a la Argentina para disfrutar de la mayor tasa de interés que se pagaba en nuestro país (el carry trade) pudieran salir volviendo a pasar de pesos a dólares después de haber producido su ganancia. Pero no es menos cierto que los dólares que esos fondos habían traído a la Argentina previamente sirvieron para financiar, o sea, mantener, el déficit fiscal heredado del final del gobierno de Cristina Kirchner.
Hubo mala praxis económica en el gobierno de Macri, finalmente produjo un ajuste superior al que buscaba eludir y fracasó rotundamente en la búsqueda de resolver el problema de estancamiento económico que lo precede y precede también al kirchnerismo. Pero no son los casi 50 mil millones de dólares de deuda con el Fondo Monetario Internacional el principal problema de la economía argentina, como tampoco lo sería dos años de sequía como ésta de 2023 que generó una pérdida de balanza comercial equivalente a la mitad de nuestra deuda con el FMI y una caída adicional del dos por ciento del producto bruto en un año.
Colocar toda su disidencia con la presidencia de Alberto Fernández y la gestión económica de tres años de Martín Guzmán en la forma en que se renegoció el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, demuestra la oxidación de los instrumentos de medición que utiliza la vicepresidenta a la hora de evaluar el contexto económico nacional. Como bien le dijo Lousteau en un debate en el Senado, no sabe de economía, pero el problema que no tiene solución es que no sabe lo que no sabe.
Los cincuenta años de neodecadencia que Argentina cumplirá el año próximo, más que con el papel imperial de los Estados Unidos sobre América Latina está relacionado con otra derivación de la Guerra Fría de Estados Unidos contra la ex Unión Soviética, que fue su alianza con China y el ingreso de ésta al sistema capitalista a mediados de la década del setenta, mudando del campo a las ciudades a 500 millones de nuevos obreros chinos dispuestos a producir bienes industriales con salarios de la mitad de los pagados en occidente, proceso que no afectó al resto de países sudamericanos, porque ninguno de ellos (tampoco Brasil antes de los 70) tenía industrias ni sindicatos ni Estado de Bienestar como el que había alcanzado la Argentina en la década del 60.
El porvenir de Argentina luce más promisorio en la tercera década del siglo XXI porque China ya agotó ese proceso de urbanización de su ruralidad financiada con exportaciones, para pasar al desarrollo de su mercado interno a partir del cual se invierte el orden y pasa a ser un cliente y no solo un proveedor, sumado al reordenamiento geopolítico de la globalización, más las ventajas mineras y energéticas recientemente puestas en valor.
Macri fue un fracaso, pero Cristina Kirchner también lo fue y seguir focalizando el problema en los 50 mil millones del crédito con el FMI, apenas uno de los tantos síntomas de nuestra decadencia, impide percibir el verdadero problema argentino que reside en esa perspectiva compartida con sus oponentes sobre que el problema es el otro. El problema argentino es que los inversores extranjeros y también parte de los locales, con razón, desconfían de cualquier política que no tenga consenso y a la que atribuyen corta vida suponiendo que el gobierno que continúe desandará los pasos del anterior. Como tantas veces expresamos desde estas columnas, es la grieta el principal problema argentino, porque ella es la causa del erratismo estructural de nuestro destino.
No hay una sola generación diezmada en economía: sufren tanto los boomer, los X y los millennials
En las próximas elecciones se enfrentarán dos diagnósticos: quienes creen que el problema es el otro (en el caso de Milei, los otros en plural) y quienes crean que el problema es creer que el problema es el otro. En el reportaje largo de esta edición al más ilustrado representante del ala halcón de Juntos por el Cambio y primus inter pares del llamado “radicalismo malbec”, el flamante ganador de las PASO a la gobernación de Mendoza, Alfredo Cornejo, va surgiendo hacia el final con claridad lo abstracto que resulta polemizar sobre un plan económico que no resulte culturalmente aplicable a un tipo de sociedad.
La generación envejecida es la de la polarización y de la grieta, responsable de diezmar a varias generaciones.