COLUMNISTAS
RETIRO DE LAS TROPAS DE IRAK

La globalización y la revolución conservadora

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La batalla central europea es hoy la de superar la crisis financiera mundial de 2008 y “tomar en mano” sus propias posiciones y caminos de consolidación continental, como dijo Angela Merkel. Al desasosiego económico se suma el retiro de las tropas norteamericanas de Irak (salvo instructores y técnicos) anunciado por Obama y ya en ejecución. Es una derrota callada. La cura norteamericana del Irak de Saddam dejó un país devastado. En la prensa norteamericana se analiza, tardíamente, la increíble torpeza de pretender que democracia y liberalismo comercial sean ideas sagradas, divinizables. La modesta metafísica anglosajona nunca pudo sustituir (desde la dominación británica en Asia) a las formas religiosas y culturales complejas y milenarias. Lo que Nietzsche llamó “la cretinización anglosajona del mundo”.
Al fracaso cruel en Irak, se suma el drama de las tropas occidentales en Afganistán (que no pudo jamás ser vencido desde Alejandro hasta los británicos en el siglo XIX y el tremendo ataque soviético de los setenta). De modo que Occidente vive una mala hora en los riesgos de la economía y en estas derrotas bastante anunciadas. Los neocons de Bush han desaparecido: Rove, Kagan, Cheney, Condolezza Rice, etc. (¡Aquel Robert Kagan que acusó a la Europa de Alemania y Francia, reticentes ante la intervención en Irak, de “venusina” mientras que reservó a los anglosajones el viril destino de Marte!) Vivimos en un momento de contradicciones sin síntesis.
Tiempo de perplejidad. En el plan político-económico, la globalización que se impone sólo es aceptable si se le responde culturalmente con un sentido nacional que pueda atemperar la masificación. No obstante, quienes pretenden avanzar en un nacionalismo de “estados culturalistas”, defensores de las particularidades, no podrán prescindir del sistema económico mundializado, sistema que difunde, a su vez, una avasallante subcultura internacionalizada, creando un círculo vicioso de difícil solución. Las políticas del futuro deberán ser más culturalistas que políticas.


El marxismo con su obsesión economicista, como factor determinante de todas las estructuras y sobreestructuras de la sociedad, se llevó el chasco, en la realidad del imperio soviético, en China y en Cuba, de no alcanzar a honrar el mandato básico de su ideología: implosionaron por perder la batalla de la productividad y del bienestar.
Fracasaron en su centro filosófico. Los pueblos reclamaban cosas y no respuestas ideológicas y planes quinquenales. Occidente, sin ideologías filosóficamente respetables, se impuso en la batalla de las cosas y con una forma de vida que atrajo, aunque desconocía toda noción de justicia globalizadora.
En los años 20 surgió en Alemania, en plena crisis económica y política, un grupo de pensadores que se ubicaron más allá de las dos corrientes que se enfrentarían por el resto del siglo: el liberalismo económico y el socialismo revolucionario ortodoxo. Friedrich Jünger, Ernst Niekisch, Ernst Jünger, fueron los nombres principales.
Vislumbraron que tanto marxistas como liberal-burgueses vivían una posición superficial: en lo profundo plasmarían una identidad, El Trabajador, que adueñado de la técnica, sea capitalista o comunista, terminaría servilizado por ella. Pensaron que los más capaces de acumular bienes lograrían el mejor reparto de los mismos. La excelencia productiva culminaría en sociedades más justas, contrariamente a las ideologías anticapitalistas. De alguna manera anticiparon el capitalismo escandinavo o europeo como los momentos más justos alcanzados en nuestra época. La mayor capacidad productiva creó la sociedad más distributiva.
El hombre no domina la técnica. La gran maquinaria crea un hombre para la tecnolatría. La maquinaria no pregunta ni depende del político, éste más bien se trepa como puede a la misma. La maquinaria le birló la conducción.
Recién ahora, con el peligro ecológico, se puede comprender a los pensadores de la revolución conservadora, que supieron que reconducir al hombre era también salvar la Tierra. Si la condición humana se desvía, se pierde también el mundo.

*Escritor y diplomático.