Puesto lo mucho que se ha hablado sobre la existencia de una “grieta” que divide a la sociedad argentina, y en vísperas de las elecciones a llevarse a cabo en octubre, parece relevante intentar comprender la estructura actual del electorado argentino. A este fin es que, siguiendo con esta lógica dicotómica y guiándonos por su supuesto interés en las cuestiones políticas, lo dividiremos inicialmente en dos: una mayoría “despolitizada” y una minoría “politizada”; para luego subdividir a esta última nuevamente en dos: “republicanos” y “populistas”.
Hecho esto, en el país encontramos que la minoría conformada por los ciudadanos a quienes, no en vano decidimos llamar republicanos, posee una concepción del Estado que dista de ser reciente; es que la misma tiene sus orígenes en la antigua Grecia, en donde los atenienses supieron llamar “politeia” a la ciudad gobernada por sus leyes, para que luego los romanos la denominaran república, tal y como lo hacemos hoy en día. Esta comprensión del “gobierno de las leyes” puede traducirse en la actualidad en valores tales como la división de poderes, el respeto por las instituciones, la libertad individual y de prensa, la disciplina fiscal y el respeto por la Constitución Nacional entre otras cuestiones que resultan inherentes a la república liberal y, por lo tanto, fundamentales para el correcto funcionamiento de una democracia moderna.
En las antípodas de estas ideas, se encuentra el otro sector politizado, a quienes llamamos populistas. Este grupo está conformado por una parte del electorado que realiza una interpretación más radicalizada del proceso democrático, esto es, lo resume en uno de sus fundamentos: el sufragio universal. Esta noción reduccionista de la democracia termina por tergiversar el concepto de mayoría (circunstancial y heterogénea) para otorgarle el carácter de unanimidad (permanente y homogénea) en claro detrimento de las minorías.
Así lo entendió el Nobel en Economía, Friedrich Hayek, autor además de célebres obras de sociología y filosofía política, que describió como “demócratas dogmáticos” a quienes “consideran conveniente que, tantas veces como sea posible, la decisión se ajuste al voto de la mayoría” aseverando de esta forma que “el gobierno de la mayoría es ilimitado e ilimitable”. Bajo estas circunstancias es que el gobernante de turno, devenido en líder mesiánico, entabla una relación pretendidamente directa con la masa gobernada, en donde los procesos e instituciones propios de la república parecen estar de más, degenerando así la democracia en mera demagogia.
Como ya se dijo, entonces, éstas dos minorías tienen como rasgo común su interés en los asuntos políticos, sea cual sea su posición ideológica. Llegada la hora del sufragio poseen en claro a quién van a elegir y podrían fundamentar (bien o mal) esta decisión si así lo quisieran. Ésta última es, posiblemente, la gran diferencia que encontramos frente a la mayoría a la cual hicimos referencia al comenzar esta columna: la mayoría despolitizada del país, aquella que, sea por falta de tiempo, desinterés o resignación, no dedica parte de su día a los asuntos políticos.
Dado su carácter mayoritario y su ausencia de cultura política, el voto de este conjunto de apáticos tiene dos características principales, a saber: primeramente lo manipulable del mismo, reflejado en los excesivos subsidios clientelares que, además de transformar a gran parte del sector más vulnerable de la sociedad en rehén del aparato político, producto del temor que le genera la posibilidad de perder éstos beneficios si se produjera un cambio de gobierno, han contribuido a ocasionar una insostenible decadencia económica. La otra es la mediocridad de las campañas electorales, vacías en ideas y propuestas serias y, plagadas, en su lugar, de chicanas y promesas vagas en donde los candidatos presidenciales pasan a ser simples resultados del buen marketing.
Teniendo en cuenta lo antedicho y en vistas de lo que indican las principales encuestas lo más probable es que tengamos ballotage después de octubre. Así las cosas, es necesario concientizar a esta porción indiferente de la sociedad civil respecto de la importancia de los comicios venideros en cuanto a que se podrá decidir entre el cambio o la continuidad, es decir, entre la república o el populismo como forma de gobierno durante los próximos cuatro años con todo lo que esto implica para el resguardo de las libertades individuales.
A modo de conclusión, podemos afirmar que de comprenderse la incidencia que tiene en nuestra vida cotidiana la forma en la que elegimos, debe producirse un clima de mayor responsabilidad y exigencia para con la clase dirigente, en coincidencia con lo que Platón supo advertir hace más de dos mil años: “el precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres”.
(*) Miembro del Centro de Estudios LIBRE.