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El problema del costo social y la ideología del barbijo

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Un grupo de manifestantes anticuarentena en el Obelisco (Archivo) | AP

La mayor parte de la población mundial está confinada por un virus que muere con agua y jabón. Si no fuera cierto, sería difícil creer ese argumento distópico en una novela de Julio Verne o una nueva temporada de Black Mirror. Pero es real, el virus está ahí afuera, amenazando. Y hasta que alguna de las potencias triunfe en la neonacionalista carrera por desarrollar una vacuna, los gobiernos seguirán haciendo esfuerzos para escapar de la encrucijada que el virus propone: recortar libertades individuales en nombre de una solución colectiva.

¿Es válido implementar una receta antidemócratica en nombre del sistema democrático? La respuesta puede rastrearse en el legado de Ronald Coase, el célebre profesor de la London School of Economics que recibió el Nobel de Economía luego de cambiar la forma en la que los economistas interpretan el impacto de las instituciones. En 1960, publicó El problema del costo social, un revolucionario ensayo en el que propuso que el Estado debe gestionar las externalidades negativas de una actividad económica, como la contaminación o los conflictos de intereses, a través de derechos de propiedad bien definidos.

Hasta que alguna de las potencias triunfe en la neonacionalista carrera por desarrollar una vacuna, los gobiernos seguirán haciendo esfuerzos para
recortar libertades individuales en nombre de una solución colectiva.

El teorema de Coase es considerado uno de los pilares del Análisis Económico del Derecho porque demostró que los efectos nocivos de una transacción deben ser regulados y que los derechos individuales no pueden ser absolutos. Como recordó recientemente el profesor de la Universidad de Hong Kong, Andrew Sheng, en su breve paper Minimizando el costo social del Covid-19, no hay mejor ejemplo de la permanencia de la teoría de Coase que esta fenomenal crisis del coronavirus.

El primer paso es identificar qué arreglos institucionales fueron más efectivos para reducir los costos sociales de la pandemia. Estados Unidos y Gran Bretaña, por ejemplo, ostentan una larga historia de instituciones sólidas y ambos países tuvieron tiempo para prevenir los efectos del virus. Sin embargo, sus reacciones fueron erróneas y presentan unas de las tasas de infección y mortalidad más altas del mundo.

Por el contrario, en el este de Asia se produjo la génesis de la pandemia y esos países no tuvieron tiempo de reacción. Pero muchos de estos gobiernos demostraron que, luego de un fuerte impacto, es posible reducir los contagios a niveles muy bajos. La diferencia entre las respuestas occidentales y asiáticas se explica en qué papel y responsabilidades le atribuye cada sociedad a su acción colectiva y al rol del Estado.

El mayor reto que arrojó el coronavirus fue la fermentación de un campo
de batalla político que discute argumentos científicos en clave mística. El
problema del costo social no puede ser entendido por la ideología del barbijo.

Es que la fragmentación social es un gran caldo de cultivo para que el virus se expanda. Según un flamante estudio del Pew Research Center en los principales países más industrializados, la mayoría de los encuestados piensa que su sociedad está más dividida a causa del virus. La pandemia tuvo un “efecto divisor” sobre la unidad nacional, ya que mientras el 46% considera que hay más unidad ahora que antes del brote, el 48% cree que las divisiones han aumentado por efecto del coronavirus.

La ausencia de la cooperación internacional para combatir la pandemia también es algo que sobresale en el estudio realizado en 14 países durante los primeros días de agosto. Mientras que el 59% de las personas encuestadas dice que si su gobierno hubiera cooperado más con otros gobiernos, la cantidad de casos de coronavirus habrían sido menores en su propio país, solo el 36% sostiene que dicha cooperación habría sido inútil para combatir el virus.

Una sociedad colectiva en el marco de la cooperación internacional podría ser la fórmula para combatir la pandemia. No parece una tarea compleja. Pero lo es: el mayor reto que arrojó el coronavirus fue la fermentación de un campo de batalla político que discute argumentos científicos en clave mística o religiosa. Pero el problema del costo social no puede ser entendido por la ideología del barbijo.

 

*Doctor en Ciencias Sociales. Director de Perfil Educación.