Por Muerte en La Fenice, un policial de Donna Leon (el primero de la serie del comisario Brunetti), me enteré de que en los libros en inglés el lomo está escrito desde arriba hacia abajo, mientras que en los libros en italiano es de abajo hacia arriba. Fui a la biblioteca para verificarlo. No encontré ningún libro en italiano, pero los que tengo en inglés confirmaron lo dicho. También descubrí que los franceses son irrevocablemente de abajo hacia arriba.
Con el castellano, la cuestión se complica. La mayoría es de abajo hacia arriba pero hay muchas excepciones, lo que provoca el caos en cualquier biblioteca hispanohablante. Sudamericana iba de abajo hacia arriba, lo que se mantuvo cuando pasó a llamarse Mondadori, pero el sentido se invirtió al aparecer Random House a la cabeza del grupo (lo que confirma la observación de Brunetti). Alfaguara, en cambio, sigue yendo de abajo hacia arriba. Por el lado de Planeta, la otra multinacional, hay libros de Emecé en ambos sentidos, mientras que Seix Barral va de arriba abajo y Tusquets lo hace al revés. Entre las españolas, Anagrama, Acantilado y Alfabia van hacia arriba, pero Alba, Atalanta y Alpha Decay hacia abajo. En Valdemar, la colección negra es para arriba; la colección gris, para abajo. Máxima rareza, tengo los cuentos de Poe editados por Alianza en dos tomos que van en sentidos opuestos. Entre las argentinas, la amplia mayoría es hacia arriba. Pero los vecinos se rebelan: la uruguaya Hum va hacia abajo, igual que la universitaria chilena UDP (a veces). Mientras que FCE, su colega mexicana, es arribista, acaso para distinguirse de sus vecinos abajistas.
En la web leí sobre una comida entre editores en la que volaron platos entre los dos bandos. La gran razón para que el lomo vaya de abajo hacia arriba es que, enfrentados con los estantes de una biblioteca, a los seres humanos les cuesta menos torcer la cabeza hacia la izquierda que hacia la derecha. Compruebo por mí mismo la afirmación, aunque me pregunto si no habrá zurdos de cuello. Para ir al revés hay dos motivos. Uno es estético: cuando el libro está sobre una mesa, es más armonioso que la escritura de la tapa y la del lomo sean compatibles. El otro es práctico: cuando los libros están apilados, los lomos son mucho más legibles de ese modo.
No habiendo zanjado la disputa, vuelvo a Donna Leon, una estadounidense que vive en Venecia desde 1981 y produce cada año una novela de Brunetti. Se venden muy bien y se traducen a treinta idiomas, aunque no al italiano, por expresa disposición de la autora: no quiere que sus vecinos venecianos la reconozcan. En Muerte en La Fenice, un famoso director de orquesta aparece envenenado en el no menos famoso teatro durante un entreacto de La Traviata. El librito tiene ingenio y encanto. Leon (que es una gran apasionada de la ópera) le hace decir a un crítico: “Lo mejor que puede decirse del público veneciano es que es sordo. No va a la ópera a escuchar música sino a lucir sus galas delante de las amistades. Podría usted traer a una banda de pueblo siciliana y hacerla tocar en el foso, y nadie notaría la diferencia. Si el vestuario es lujoso y la presentación fastuosa, el éxito está asegurado. Si es una ópera moderna y los cantantes no son italianos, fracaso seguro”. Estoy seguro de que en el Colón no ocurre nada semejante.