La Cámara de Diputados es un espacio de simulación. Nuestra sociedad valora expresar la importancia del debate porque sobre la libertad de hablar diciendo lo que uno quiere se refuerzan los valores que dan sentido a nuestra era republicana, basada en la igualdad y la eliminación de la verticalidad del poder central, aunque el intento de su ejercicio produzca resultados diferentes. Dentro del mundo de la política, el ejercicio del debate no produce como resultado espacios integradores de ideas nuevas, sino justamente el proceso opuesto con la consolidación del conflicto y la no integración. Filmus y Massot pudieron esta semana garantizar las dos ofertas electorales para el año que viene. No fue una vergüenza, fue una clarificación estupenda para la ciudadanía.
Con la ilusión del acuerdo, el universo social es imaginado como un territorio donde todo es posible. Los hombres y las mujeres estarían en condiciones potenciales de ejercer la libertad de opinión, de modo que cuanto menos atados a ideas y menos fijados a conceptos, más democráticos serían y mejor estarían en condición de tomar las ideas de otros. Pero la sociedad moderna es un escenario lleno de fijaciones y de la consolidación de esas mismas fijaciones, por ejemplo de la libertad de expresión. El derecho internacional establece la libertad de expresión como un derecho humano porque lo clava en letras, en documentos. Las garantías a los ciudadanos y ciudadanas de ser libres están encriptadas en un marco legal repleto de reglamentos, que aunque son debatidos y modificados en reformas, viven en formato de leyes. Hasta para ser libres se necesitan límites, porque la sociedad moderna está basada en la constitución creciente de límites sobre nuevos espacios. La libertad es un valor que constituye mayores diferencias.
Existe una extendida exageración de la libertad de los votantes
El sistema político está estructurado en una competencia, de modo que tiene incorporado el conflicto en su misma producción. Cada dos años se abre la batalla por los votos y la misma se despliega bajo la necesidad de que en lugar de votar al contrario, lo voten a él mismo. La ilusión del debate y los acuerdos no suele incorporar el modo en que operativamente la política resuelve su sobrevivencia, que es justamente estresando las mismas divergencias para que quede claro qué ofrece cada uno. Cuando los políticos se pelean, hasta físicamente, están consolidando los límites de la libertad.
Existe por estos tiempos una extendida exageración de la libertad de los votantes, que sería una suerte de adaptación de la ilusión de la libertad moderna de hombres y mujeres dispuestos a desplegar su siempre nueva voluntad. Cada votante estaría potencialmente en condiciones de elegir casi sin limitaciones más que las de su propia existencia cotidiana y por lo tanto, no habría ideas que lo limitaran, tradiciones familiares que lo fuercen, ni izquierda ni derecha que lo orienten. En vez de tener gente fijada en ideas, tendrían los políticos y las políticas, un electorado siempre abierto en cada elección. Sin embargo, el registro territorial del voto en el tiempo muestra todo lo contrario. Cristina representa el histórico voto peronista, intenso y marcado en la Tercera Sección, heredero del viejo conservadurismo en el Norte, poseedor aún de algunas zonas de Cuyo y con claramente base sólida en los sectores sociales más bajos. El macrismo, sin bien con logros trascendentes en los sectores populares, explica sus votos desde las clases medias hacia arriba, es decir, en sentido inverso del histórico peronismo. El voto y las decisiones de voto pueden todavía ser explicados por indicadores demográficos, todos ellos grandes y enormes fijadores del orden social.
La dificultad del peronismo no kirchnerista es justamente de límites. Su intento por llamar la atención se ejerce con dificultad porque intenta penetrar una amalgama de preferencias, consolidado no solo en algunos ideales políticos, sino absorbido por el logro de Cristina Kirchner de tomar para sí a una coherente masa social histórica que ha preferido, en ya una gran cantidad de décadas, votar las ofertas peronistas. El voto sigue siendo territorial, sigue siendo por nivel socioeconómico y sigue siendo un problema para la oposición. Los que salen en la tele casi a las trompadas son Filmus y Massot, justamente los que tienen mejor marco de límites para la violencia mutua. Es fácil de entender sus odios respectivos; del resto no se sabe todavía bien de qué manera pondrán límites a su total libertad.
*Sociólogo.