“Las historias nunca terminan. Uno arroja una piedra a un estanque y desaparece. Pero ése no es el fin. La acción afecta la superficie y olas circulares comienzan a formarse en el lugar donde cayó y se amplían, hasta que todo es un suave movimiento. Se necesita mucho tiempo para que las aguas se aquieten.”
Raymond Chandler (1888-1959); citado por Juan José Sebreli en su libro ‘Cuadernos’ (2010)
La Iglesia sí que la tiene clara. Cuando llega la hora de elegir un nuevo papa los cardenales se encierran en la Capilla Sixtina y nada de mensajitos de texto para algún periodista amigo de L’Osservatore Romano contando qué pasa, qué hablan, cómo votan, quién de todos tiene más chances. El cónclave –del latín cum clavis: bajo llave– se desarrolla bajo estrictas medidas que aseguran un total aislamiento del mundo exterior. Y cuando por fin hay fumata blanca la sorpresa suele ser grande. Porque el elegido casi nunca figura entre la lista de papables que publican los medios. Dos mil años de historia y de manejo del poder no pasan en vano.
Los protagonistas del fútbol –jugadores, técnicos, dirigentes– coinciden en atribuirle al vestuario un halo místico, casi sagrado. Y desprecian con piedad perdonavidas a los periodistas que nada saben sobre esta omertá de juguete. Cada iniciado sabe que sus labios deben quedar sellados sobre lo que allí pasa, igual que en la elección papal. Revelar un secreto de vestuario es, en el fútbol, un pecado mortal.
Hasta allí, el mito. La realidad es otra. Al rato, los medios saben todo, con lujo de detalles. Le pasó a De Felippe en Independiente, con su amago de renuncia. Y volverá a pasar. Los códigos de caudillos al estilo Coco Basile son historia. Peleas, reproches, choques de grupos que quieren voltear o sostener al técnico. Nadie necesita inventar cuando la realidad supera, por lejos, a la ficción.
Angelici, el presidente de Boca al que le toca vivir el último capítulo de la interna más larga del mundo, tuvo que hablar. Necesitaba darle un punto final a la asombrosa sucesión de escándalos protagonizados por un plantel armado para ganar, no para divertir al público en un reality guionado por un loco. Para que quede bien claro de qué lado está en este eterno conflicto que nació con Macri –su jefe político, hoy “triste” por Boca–, apuntó sus cañones contra Ledesma, notable en su imitación de Riquelme durante su primera y última aparición estelar en los medios. “Lo que hizo dañó la imagen del club”, lo fulminó.
Pero a la hora de opinar sobre la pelea de Orión –que volvió de la Selección señalado, aun por omisión, como delator y falcionista en el reino de Riquelme y Bianchi– y Pablito –que sufrió la furia de su 1,87 y sus 90 kilos– fue más comprensivo y se escudó en el mito que ya nadie respeta. “¿Orión? Lo que pase en el vestuario es tema de los jugadores y el cuerpo técnico; las cosas están bien; el plantel está bien y demostró su profesionalismo”, dijo sin ponerse colorado.
Con tal de sacarse de encima a Riquelme y Bianchi en junio, Daniel Bingo, primera espada de Defensores de Macri, pone la cara, tolera todo y, paciente, deja que el tiempo pase y juegue a su favor. Jamás lo admitirá, obvio, pero esta vez el sueño del título suena a pesadilla. Porque si ganan, se quedan. Y después de tanto sapo tragado, su único objetivo debe ser dar vuelta la página y vivir en paz. Sin uno ni otro.
A tono con la patética clase de periodismo que nos regaló Merlo –pero sin su gestualidad neorrealista– cerró con una crítica a los cronistas que cubren Boca. “Leí que los barras habían apretado a los jugadores en el comedor y el playón; y eso daña nuestra imagen porque es mentira. No digo que lo hagan con mala intención, pero hay que darse tiempo para chequear la información”, aconsejó. Bien. Lo mismo deberían hacer él y su Comisión de Fútbol antes de fichar jugadores de buen nombre y mal presente, sin nivel o con problemas físicos, que llegan y no juegan.
Ni una palabra sobre Riquelme y su insólita amenaza de silenzio stampa hasta que le trajeran –como a la princesa Turandot: Nessun dorma!– el nombre del “extranjero”. ¿Revelar la fuente? Jah. El profesor Merlo diría: “¿Dónde hiciste el curso vos, pibe? Lo mismo había exigido Ledesma antes de los sopapos. Desopilante todo; salvo por la pálida imagen que dejó un Bianchi incómodo, legitimando el disparate. El viernes, irónico, negador, eludió tocar el caso Ledesma-Orión y habló sobre “cosas naturales”, de su apoyo al plantel en una medida que luego dijo no conocer porque “son cosas de ellos”, de victorias, de su fe en Martínez, la lluvia, los problemas del mundo. En fin. Nada.
Como para reafirmar que en el fútbol una victoria tapa cualquier cosa, había sido Riquelme el primero en romper la veda más corta del mundo, en Racing. “Lo que pasó son cosas del vestuario, nuestras. Lo importante es que ganamos de visitante y la gente está feliz. ¿El grupo? Bien”, dijo, sonriente. El Burrito Martínez, que concentró pero no fue ni al banco, explotaría días después: “Hace 11 años que juego, fui campeón en varios clubes y nunca me pasó algo así. ¿Lo que hizo Riquelme ? Me reservo la opinión”. Mmm… Mala vibra, ¿no? La historia se repite, circular. El Patrón Bermúdez, sensato, opinó: “Allí se equivocan todos”. Y, sí.
Boca, gane, pierda o empate, todavía es un equipo sin rumbo; con jugadores que entran, salen y un líder que no puede jugar, pero igual juega. Como un Cid Campeador que busca ganar su última batalla después de muerto, Riquelme conduce. Y Bianchi respalda; calla, y otorga.
Lo más probable es que ninguno supere la implacable barrera de junio. Pero… En Boca todo es posible. Hoy suena disparatado, lo sé; pero si ganan, tienen suerte, suman y se llevan este torneíto repleto de equipos con vértigo, uf… La leyenda será infinita.
Y Daniel Bingo, pobre santo, maldecirá su suerte por primera vez en la vida.