No sé si le conté que estuve en Resistencia, en el Foro por el Fomento del Libro y la Lectura que se hace todos los años en agosto. Estoy yendo desde el primero, cuando éramos doce y las sesiones se hacían en el salón de actos de una facultad. Este año fue el decimocuarto y éramos mil quinientos y las sesiones se hacían en el Domo que viene a ser como una cancha cubierta pero con pisos de baldosas, escenario, foso para la orquesta y toda la parafernalia de un teatro, office y café con chipá. Pero no es del Foro del que le quiero hablar y tampoco es que el Foro no lo merezca. Dejémoslo para otra ocasión porque de lo que yo le quiero hablar ahora es de La Creación, así, con mayúsculas. Es que el lema general y anual del Foro es “Leer abre los ojos”. No me parece mal. Me parece requetebién eso de tener los ojos abiertos o de abrirlos lo más frecuentemente posible. No es que cerrar los ojos no tenga lo suyo también, que lo tiene: introspección, recuerdo, (psico)análisis, iluminación por oscuro que esté allá adentro. No hay duda, cerrarlos también es bueno… de vez en cuando. Y una los abre y de repente dice “¡Caramba, que está bueno todo esto!”. Y lo está.
Veamos si no los catálogos de las librerías y de las editoriales que me llegan por mil y por mail. Del catálogo al pedido y del pedido a leer abre los ojos no hay más que un paso muy corto y así es como me entero, y los cierro, y recuerdo, que en el principio fue el verbo, y cerrados o abiertos digo el verbo está construido con letras y según me entero vía catálogo-libro pedido y abierto como los ojos en ciertas ocasiones, hay letras que no existen pero que no sólo existieron sino que sirvieron para crear el universo y todo lo que contiene. No está mal, ¿eh?
Se podría conjeturar (como se ve, Don Borges siempre presente) que la Creación necesita del olvido, o quizá que la Creación es el olvido puesto que si recordáramos las letras perdidas que lo hicieron posible, simplemente no existiríamos, estaríamos siempre en proceso (con perdón de la palabra) de Creación, como si nos estuvieran fabricando continuamente sin llegar a hacernos del todo y sin llegar a completar una ínfima parte del todo. En ese caso el responsable sería el recuerdo, ése que se busca en lo oscuro de los ojos cerrados. Y si quisiéramos construirnos, construir un mundo, crear un universo, tendríamos que empezar por la letra que aún no lo es, la que no puede pronunciarse no porque su sonido sea demasiado difícil sino porque carece de todo sonido. Y así es como se dice que la lengua hebrea contiene la alef (el Aleph según otra vez Don Borges, porque su Aleph es la alef) que es sólo y nada menos que la que “indica el movimiento de la laringe al producir la primera letra (la segunda en realidad) de la primera palabra, ésa que fundó el universo”.
La primera aproximación de un crío a la filosofía es precisamente esa pregunta clásica: ¿por qué hay algo en lugar de que no haya nada? ¿Por qué hay estrellas y motocicletas, por qué hay lápices y puré de papas, por qué hay fotos y relojes y la luna y la rayuela y tijeras y tormentas? ¿Por qué hay historia y corridos mexicanos y ser o no ser y sinfonías y credos? ¿Por qué hay yo? Pues por eso, porque hemos olvidado las letras perdidas. “La letra silenciosa marca el olvido a partir del cual emerge toda lengua”: no, no lo afirmo yo, sino una cantidad de señores muy serios que parecen haber pasado años sumergidos entre letras que existen (algunas) y que no existen ya (algunas otras). Porque alguna vez cuando aún no había veces porque tiempo tampoco había, alguna vez se dijo lo que no podía decirse pero debía decirse si es que iba a haber alguien que dijera lo que sí podía decirse. ¿Complicado? No, en absoluto. En el principio fue el verbo, la letra anidada en el hueco de la garganta, salida del ojo abierto para perderse finalmente en el habla.
Y hoy escribo un artículo tratando de decir algo maravilloso y en cierto sentido cruel, y algún colega se inclina sobre el teclado y escribe una novela genial y algún chico imita el ronroneo de un gato porque no sabe decir “gato” y los profesores de lengua se tiran de los pelos porque de los cientos de miles de vocablos que hay en esta lengua que hablamos, los jóvenes usan solamente doscientos cincuenta, sí, doscientos cincuenta.
Como le decía, estuve en el Foro por el Fomento del Libro y la Lectura en Resistencia. Se lo aconsejo para el próximo agosto, con la recomendación de abrir los ojos y mirar para todos lados, sin falta.