Spinoza decía que una potencia le otorgaba intensidad a otra. Pienso en personas que conocí y me pregunto si estaré a la altura de sus enseñanzas.
No pasa un día en que no recuerde a José Luis Mangieri. José Luis fue uno de los grandes editores argentinos. Un hombre que estaba siempre en presente puro. Yo lo conocí cuando pasaba los 60 años y lo pude disfrutar veinte largos más. A los 60 estaba, como a los 70, en su mejor forma. Trabajando como un soldador, uniendo gente dispar, haciendo asados en su casa con maderitas que recogía de la calle y una pava de agua en la mano derecha para sujetar las llamas. Sé que emocionarme pensando en él, hundirme en la nostalgia, es algo antimangiérico. El no hacía eso, siempre vivía con la intensidad del rayo. Pasa que abrí para unas clases el Solicitante descolocado de Leónidas Lamborghini y leí: “un huevo frito para mí/ un huevo frito para vos”. Esos versos tan raros de Leónidas que expanden el arco de la poesía contemporánea. Cuando no había asado, Mangieri hacía arroz y huevos fritos. Aunque él se vestía como un lingera existencial, su cocina y su casa estaban siempre limpias y ordenadas. Rompía cada huevo en un jarro y después los ponía en el aceite. Gracias a la libertad estilística de Leónidas, esos mediodías en la calle Mercedes vuelven hoy a mí. Ahí está Cauli dándome de comer: un huevo frito para mí, un huevo frito para vos.