El intendente de la ciudad de Avellaneda, Baldomero Cacho Alvarez, ha ofrecido esta semana un excelente ejemplo de la manera en que se construye la leyenda del payador perseguido sobre la que escribí en el número anterior de Perfil. “24 de marzo 1976-2007 / 30.000 peronistas” dice el cartel con el que su Intendencia ha empapelado la ciudad en la que me crié.
Por si alguien no ha entendido, la afirmación de Álvarez -a quien no tuve el gusto de conocer en las marchas por los Derechos Humanos de las que participé desde 1981- es: “Todos los desaparecidos eran peronistas”; con su inevitable sobreentendido: “El golpe genocida se hizo, no contra la Democracia ni contra la República de todos los argentinos, sino contra el peronismo”.
Inicialmente, pensé contestar a esta vergonzosa apropiación de la identidad política de quienes ya no tienen la posibilidad de defenderse mediante una larga lista de los desaparecidos famosos que no eran peronistas, de los cuales buena parte eran decididamente antiperonistas. Después pensé agregar la abundante lista de los perseguidos políticos de la Triple A peronista, que cayeron bajo sus balas o tuvieron que exiliarse gracias a la patriótica obra de López Rega y los muchachos de la patota sindical. Finalmente, comprensibles razones de racionalidad editorial me hicieron limitarme a enumerar algunos hechos claves a fin de preservar la memoria histórica de la que tanto se habla en los despachos oficiales.
El General Perón fue el único argentino participante en casi todos los golpes militares perpetrados en este país. En el del treinta, fue uno de los oficiales encargados del operativo militar golpista (de allí la famosa fotografía que lo retrata en el estribo del auto de Uriburu), y fue recompensado por su tarea con un nombramiento como secretario del Ministro de Guerra del gobierno golpista.
En el segundo (1943), no sólo fue instigador sino Secretario de Trabajo primero, Vicepresidente de la Nación, después, y candidato oficial en las elecciones de 1946.
El tercero (1955) constituyó el primer caso en que Perón no fue partícipe sino víctima, aunque el fracaso completo de su segundo gobierno y el clima de intolerancia generado por su autoritarismo fue una de las causas principales de su consumación.
Las culpas del peronismo se prolongaron en 1966, cuando los jerarcas sindicales apoyaron el derrocamiento de Illia y compartieron la foto de asunción de Onganía, cosa impensable en el verticalismo peronista sin la venia del propio Perón.
Por fin, la epopeya pro-golpista del peronismo terminó sanguinariamente con el apoyo simultáneo de Perón a la guerrilla montonera y la patota de la derecha peronista, que abrió las puertas del golpe y anticipó sus peores tendencias: la concentración explosiva de la riqueza (con el Rodrigazo) y el terrorismo de estado (mediante la Triple A).
El General estaba muerto cuando el golpe de Videla. Pero estaba bien vivo cuando los crímenes de la Triple A comenzaron, para no mencionar su amenaza a la Juventud Maravillosa en ocasión de la reforma del código penal: “Puestos a enfrentar la violencia con la violencia, tenemos más medios posibles para aplastarla. Y lo haremos a cualquier precio, porque no estamos aquí de monigotes”. También son cosa probada sus declaraciones al gobernador Bidegain acerca de que lo que se necesitaba en Argentina era un Somaten y el hecho de que fue Perón quien designó a los comisarios que se destacaron como jefes de la Triple A: Rodolfo Almirón, Alberto Villar y Juan Ramón Morales.
Es cierto que muchos desaparecidos -acaso la mayoría- eran peronistas, lo que parece inevitable en un país en el cual el 62% de los ciudadanos habían votado por la fórmula Perón-Perón dos años antes del Golpe. Pero eso lleva a otra pregunta inquietante: ¿cuántos eran peronistas en las filas de la represión?
Así construye el Pejota hoy kirchnerista su eterna leyenda de payador perseguido: poniendo a la Nación y su pasado (y no al mundo y al futuro) en el centro del debate argentino y proponiéndose después en el lugar de víctima, y de víctima única (¡30.000 peronistas!), de las tragedias en cuya generación tanto participó.
Su grosera manipulación de la Historia parece obra del Ministerio de la Verdad y de la Policía del Pensamiento de George Orwell, creadas bajo la kirchnerista idea de que quien domina el pasado controla el futuro también.
*Autor de “¿Qué significa hoy ser de izquierda?”