Mes de comienzos, ansiedades. Adaptaciones a nuevos sitios. Primera vez, otra vez, una vez más. El año parece iniciarse en marzo, aunque podría ser uno de los mejores meses para irse. La bonhomía climática, las hojas que se despiden exhibiendo sus ocres más elaborados, la justa duración de los días. Y sin embargo, todos (o casi) están de vuelta, preparándose para lidiar con lo ineludible, como si empezar de nuevo tuviera un costo adicional. Y parece que así fuese. El puente entre dos días –el anómalo último día de febrero y el primero de marzo– se convirtió en escalada. El comienzo es una cima. Los precios subieron precipitadamente. La queja se convirtió en una figura retórica.
¿Acaso los corre una liebre invisible? ¿La de la especulación, la de lo irrefrenable? ¿La del fracaso? Me pregunto si la enloquecida liebre de marzo no habrá saltado de la ficción a nuestro mundo (que en definitiva es un mismo lugar de distintas caras) y anda revoleando como si nada nuestra canasta familiar. Aquel personaje tan extraño y “sacado” de Alicia en el país de las maravillas. ¿Lo recuerdan? Aparece en la célebre “Merienda de locos”, el capítulo 7, donde la pequeña Alicia advierte que la mesa no está servida para todos. Esa es la cuestión. El para pocos. El absurdo se instala desde el principio. La mesa es enorme pero los comensales están apretados en un rincón (El sombrerero loco, la liebre y el lirón). Apenas ven llegar a Alicia la previenen, “no hay lugar”. Ella observa la amplitud de la mesa (como si fuera un país deshabitado) e indignada responde con la racionalidad de su mirada: “Hay muchísimo lugar”. A continuación la liebre le ofrece un poco de vino. Ella se sorprende otra vez amparada en lo empírico: “No veo el vino”. La corredora se mofa de Alicia, “es que no lo hay”. Y así durante toda la hora del maldito té, los dichos se enajenan de los hechos. Y aquello que la propia Alicia arguye para defenderse de la exaltación de los demás (salvo del lirón, por razones obvias), va perdiendo sentido. Finalmente la liebre de marzo le sugiere a la pequeña Alicia, “debieras decir lo que quieres decir”. Aplastada entre las figuras retóricas, Alicia encuentra una única salida: la indignación.
Libres de marzo, quizá abril ya no sea el mes más cruel.