El G20, que oficialmente Argentina lidera a partir de diciembre de 2017, se ha convertido en un foro anual de suma relevancia para la política exterior contemporánea. Esta serie de reuniones entre los principales países desarrollados y en desarrollo se enfocó en sus inicios en lo económico-financiero, pero ha expandido su área de interés al desarrollo sustentable. Se ha convertido así en un núcleo de encuentro para las principales redes de la gobernanza global.
Una de las características del G20 es que opera como un club informal entre iguales, donde el país organizador cuenta con importantes atributos y responsabilidades. Entre éstas se encuentran el determinar la agenda de las reuniones, asegurar el progreso de las discusiones y negociaciones en los diferentes temas, y conducir este proceso hacia una serie de acuerdos concretos.
Determinar temas, prioridades y objetivos para la agenda del G20 es un desafío inminente para Macri. Esto se da en un contexto global repleto de paradojas que, como escribió Kissinger, “pueden ser fascinantes para un filósofo pero son una pesadilla para el hombre de Estado, ya que éste no sólo debe contemplarlas sino también resolverlas”. El Presidente deberá precisar los temas, las prioridades y los objetivos a ser presentados y defendidos por nuestros negociadores, asegurando que sean relevantes para los miembros del G20. La jefatura de Gabinete y el sherpa –guía del presidente– para el G20, Pedro Villagra Delgado, trabajan contra reloj para fijar el temario y las prioridades. Tras la última reunión de sherpas en noviembre en Berlín –Alemania fue organizador del G20 en 2017–, los temas serán presentados en forma de issue notes (o apuntes temáticos) en la primera reunión de sherpas en Argentina, el 14 de diciembre en Bariloche.
Al presentar estos temas se podrá ir, a lo largo del mandato argentino, de lo más general a lo más concreto. El enfoque para el G20 sería buscar consensos para un desarrollo justo y sustentable. En lo económico-financiero se asume que se seguirá la agenda de las reuniones anteriores, en un entorno de crecimiento firme aunque no estelar, con baja productividad, y con ciertos riesgos sistémicos. En cuanto al desarrollo justo y sustentable, el foco parecería estar en dos temas. Uno sería el futuro del trabajo y cómo prepararse para enfrentar las transformaciones que implican los cambios tecnológicos. Otro sería la importancia de los instrumentos para catalizar la inversión en infraestructura para el desarrollo. Se deberá ir logrando más especificidad en los temas, que Macri debe presentar al inicio de la reunión de jefes de Estado, en 2018.
Para que el presidente Macri pueda conducir con éxito el G20, es crítico que haya coordinación en los temas a tratar. Ninguna rama del Ejecutivo nacional debe comprometer posiciones a nivel de organismos internacionales en sus áreas de incumbencia sin consultar con el equipo del Presidente. Es importante no ceder a la tentación de otorgar concesiones sin consultar con el sherpa y la Jefatura de Gabinete. Si, como expresó Kissinger, “la flexibilidad perfecta en diplomacia es la ilusión de los amateurs”, los grados de flexibilidad y las red lines –los límites que el Gobierno no está dispuesto a traspasar– deben ser fijados por el Presidente.
Un desafío importante para Macri será que el G20 no se convierta en un “G19 vs. 1”, con Estados Unidos de un lado y los otros miembros del otro. Se ha descripto la cumbre de Hamburgo como un G19+1, resaltando lo complejo que fue lidiar con la administración Trump en ciertos temas. Al enfrentar este desafío, el Presidente podrá ir notando el comportamiento de EE.UU. a través de la renegociación del Nafta, la ministerial de la OMC en Buenos Aires, el COP23 sobre cambio climático en Bonn, y el G7 en Canadá en 2018. Pero deberá también saber cuáles son las red lines de los otros miembros.
Puede ser útil para Macri observar los esfuerzos realizados por la líder alemana Angela Merkel durante el G20 de 2017. Buscando crear puentes en tiempos turbulentos y desafiantes, Merkel visitó más de diez países miembros en los dos meses previos a la cumbre de Hamburgo. A su vez, mantuvo en ésta numerosas reuniones bilaterales con foco en los temas del G20, y múltiples encuentros informales –pull-aside meetings– con sus pares. Al finalizar la cumbre, la canciller fue la responsable de resumir y presentar públicamente sus resultados.
Por otro lado, Macri puede presentarse en el escenario internacional adoptando lo que en Argentina ha sido una conducta diplomática inusual: no sobreactuar o exagerar. Su estilo mesurado debería ser un factor positivo, marcando un gran contraste con la conducta de Néstor Kirchner en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata en 2005, donde, en una muestra evidente de “antidiplomacia presidencial”, increpó duramente al presidente Bush.
En esta oportunidad, para demostrar un liderazgo activo entre sus pares del G20, la actuación del Presidente determinará, entre sus colegas, la impresión que se hagan de él como conductor. Esto es importante ya que, como decía De Gaulle, “en política la primera impresión, aunque no siempre es la adecuada, es frecuentemente la más durable”.
Un G20 bien liderado por el presidente Macri puede a su vez servir de ejemplo para la política exterior argentina, que debe agregar al manejo de lo simbólico, el dominio de lo concreto. Si bien aparecer junto a los principales líderes mundiales es sin dudas valioso, el verdadero test diplomático para Macri será influenciar positivamente la agenda del G20.
*Autor de Buscando consensos al fin del mundo: hacia una política exterior argentina con consensos (2015-2027).