Al revés de la carrera presidencial, un fenómeno curioso se detecta en el principal distrito electoral del país. A menos de un año de una votación clave, la provincia de Buenos Aires no tiene candidatos nítidos para la Gobernación.
Cierto es que las cuatro fuerzas nacionales principales argumentan que la boleta a presidente arrastra todo lo demás. Tal vez. También puede ser una excusa para disimular las dificultades que tienen para encaramar figuras de peso donde se concentra casi el 40% del padrón argentino.
Existe un puñado de razones comunes a todos para intentar explicar semejante particularidad, más allá de la ya mencionada. Aún falta, sí, para apurar definiciones (y evitar heridos precoces que pueden hacer daño con otra camiseta), aunque no tanto. La mayoría de los precandidatos goza de bajos niveles de conocimiento, salvo Martín Insaurralde gracias a su derrotero tinelliano.
Ningún dirigente tiene una estructura política propia y amplia (el último que la tuvo fue Eduardo Duhalde). Y la menos explorada es que ninguno de los presidenciables quieren encaramar delfines a los que no puedan controlar en un espacio clave: Buenos Aires ya tendrá nuevo/a gobernador/a cuando el país elija en ballottage al presidente que sucederá a Cristina Kirchner, según indican todas las encuestas serias.
Coherente, Daniel Scioli tiene a nivel provincial una dificultad similar a su vínculo con la Casa Rosada. No consigue la bendición para ser el heredero natural del kirchnerismo, ni puede elegir a gusto un sucesor confiable y competitivo en el territorio que comanda desde hace siete años. A esa limitación en el tejido de apoyos hacia arriba y hacia abajo se suma el desgaste de la gestión: la evaluación de su gobierno por parte de los bonaerenses está en uno de los puntos más bajos.
Scioli es consciente de estos problemas, pero no tiene opción. Nacional y provincialmente trata de acordar con La Cámpora (no fue casual su foto del vienes con Kicillof o sus elogios a Máximo) y habla con todos los precandidatos del Frente para la Victoria que aspiran a instalarse en La Plata: Diego Bossio, Fernando Espinoza y hasta Sergio Berni (entusiasmado con algunos estudios de opinión pública), entre otros. Que la carta sciolista a la Provincia sea Santiago Montoya (como Gustavo Marangoni en Capital) desnuda más debilidades que fortalezas.
El último ganador bonaerense tampoco la tiene atada. Sergio Massa parece hacer propia una frase de Néstor (“que florezcan mil flores”) y promueve multitud de candidaturas, salvo la de un intendente al que ya le pidió bajarse. Felipe Solá, Gustavo Posse, Mónica López, Darío Giustozzi, Jesús Cariglino y hasta Martín Redrado (sin Luli Salazar, claro) recorren la geografía provincial en nombre del massismo.
Acaso algunas de esas flores se marchiten antes de las PASO y se contenten con un eventual cargo ejecutivo nacional o al frente de la boleta de diputados. La estrategia de Massa es mantener todo lo que pueda la indefinición, para evitar fugas y robustecer su proyecto.
Todos estos planes en el peronismo bonaerense pueden ser trastocados por Insaurralde. Por lejos es el candidato que mejor mide, pero no todo lo que brilla es oro. El lomense tiene un alto nivel de conocimiento, pero una encuesta reservada refleja que sólo es conocido por sus apariciones en lo de Tinelli, por su próxima boda con Jesica Cirio y por el enorme despliegue publicitario de la elección 2013. Cuando a los consultados se les pregunta una aptitud política, la respuesta mayoritaria es “simpático”.
Insaurralde insiste con su instalación frívola y el coqueteo con Scioli y Massa. Al tigrense le prometió pasarse de equipo, aunque políticamente le sigue haciendo no pocos favores al kirchnerismo. Estos movimientos oscilantes fuera de los sets televisivos causaron que unos y otros le colgaran el cartel de “traidor”. Entre los peronistas eso puede ser tanto un pasaporte a la cúspide como al ostracismo.
Mauricio Macri, en cambio, no hace florecer nada y reafirma su apuesta por María Eugenia Vidal, su última acompañante en la fórmula porteña. La vicejefa camina y camina sobre todo el interior bonaerense, apostando a que el Conurbano replica las reacciones de la Ciudad. El PRO es el que más insiste con que su candidato presidencial empujará a todos hacia arriba. Puede que ese convencimiento sea motivado más por la necesidad que por la aptitud.
FAU también padece esa ausencia en una provincia que es gobernada por el peronismo desde hace casi treinta años. El golpeado (políticamente) Ricardo Alfonsín o la sempiterna Margarita Stolbizer quieren apostar a otras candidaturas, tratando de evitar una derrota inevitable y abrumadora en un distrito tan complejo como tentadoramente inevitable para gobernar la Argentina.