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La mamá de Kitu

Ha sido una semana difícil para aquellos que sostienen que la familia es el núcleo de la sociedad –y que en consecuencia infieren que es la crisis de una cosa lo que explica la crisis de la otra.

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Ha sido una semana difícil para aquellos que sostienen que la familia es el núcleo de la sociedad –y que en consecuencia infieren que es la crisis de una cosa lo que explica la crisis de la otra. No dejan de combatir por eso, y no dejarán de hacerlo, probablemente, a los demonios del divorcio y del matrimonio entre homosexuales, como si el divorcio no pudiese ser también una manera de restablecer la armonía familiar, y como si la opción matrimonial de los homosexuales no pudiese favorecer, entre otras cosas, un proyecto de familia. No cejan, no cejarán; pero esta semana la tuvieron difícil y fue por culpa de la mamá de Kitu.
Que la familia garantiza la buena conformación social es una fe que no cuestionan, por más que decenas y decenas de series y de películas con la mafia como tema hayan evidenciado que esas otras sociedades (las del crimen) y esas otras asociaciones (las ilícitas) tienen por base igualmente a la familia. Es un hecho: no necesariamente las carencias familiares pueden llevar al delito, también pueden hacerlo su abundancia o en todo caso su exceso. Lo vimos en El Padrino, lo vemos en Los Soprano, y también en aquella escena de una película de Woody Allen en la que la madre del pistolero se preocupa al ver que su rehén, al que de inmediato va a matar, no come toda la comida.
La mamá de Kitu le compró las armas al nene para que no le faltara con qué perpetrar sus asaltos. No diré que no me sorprende esa conducta, pero encuentro una traducción posible en el diccionario pequeño burgués de mi formación: equivale, a su manera, a la compra de los útiles escolares. Y puedo comprender también, aunque mentiría si dijera que de inmediato, que la mamá de Kitu lo acompañara en taxi a cometer el robo de un automotor en una playa de estacionamiento de McDonald’s, porque lo encuadro en el género de las madres que acompañan a sus hijos en las actividades que tengan. Me es más difícil admitir, como acaso lo sea también para el propio Kitu, que la mamá se diera a la fuga (¿qué cosa le habrá dicho al taxista: “¡Rápido! No siga a ese patrullero”?) al ver que detenían al retoño.
Los severos enemigos del aborto algún día pretenderán, con la rigidez que los caracteriza, que ya en la eyaculación hay vida humana: que es cosa sagrada, que no se puede tocar. Los que bregan fanáticamente por que se bajen las edades de imputabilidad tal vez se unan a ellos, si es que no son las mismas personas, con la pretensión de dar encierro al esperma de la gente mala. Le llamarán prevención.