En El País Semanal, de Madrid, Guillermo Altares entrevista al historiador francés Michel Pastoreau. Ubicado en la Escuela de los Anales, corriente que durante el siglo XX cambió la manera de ver la historia al incluir también la vida privada y las costumbres cotidianas de los períodos estudiados, Pastoreau es autor de libros como El oso (un análisis de este animal en las religiones medievales) y Una historia simbólica del Oriente medieval. Amante del cine, fue asesor en la filmación de El nombre de la rosa.
En la entrevista Pastoreau afirma que a lo largo de la historia, y en especial desde la Edad Media, muchos Estados nacieron antes que las naciones. Es decir, en algunos países, y pone como ejemplo a Francia e Inglaterra, existieron fuertes estructuras estatales anteriores a la idea de nación. En otros, como Alemania e Italia, la nación fue previa al Estado.
¿Qué significa “nación”? Es la idea de pertenecer a un grupo humano, dice Pastoreau, compartir sensibilidades, formas de pensar, visiones de futuro. Yo agregaría atravesar experiencias diversas y resignificarlas en función de un proyecto común, armonizar diferencias sin negarlas. Al finalizar la lectura de la entrevista me asalta un interrogante: ¿la Argentina fue alguna vez una nación? ¿Hubo esa noción de pertenencia a un grupo integrador, o sólo pertenencias parciales y fragmentarias a grupos enfrentados entre sí dentro de un mismo territorio? ¿Se puede forjar una nación en un espacio que, a lo largo de dos siglos, ha pasado de una grieta a otra sin solución de continuidad? No dudo de que existe un Estado argentino (y que abundan los que se sirven y se han servido de él, aun cuando lo repudien). ¿Pero hubo una nación? Cierro el ejemplar de la revista donde leí la entrevista a Pastoreau y no encuentro la respuesta. O temo encontrarla.
Acaso sea por la posibilidad de esa respuesta tan temida como breve que invocaciones como “vamos juntos”, “juntos podemos”, “en todo estás vos”, “volverán los días peronistas” y otras tan repetidas suenan insípidas, ajenas, vacías de contenidos. Ir juntos no define un destino ni lo carga de sentido, y cuando ese sentido y esa visión compartida son vivencias ciertas el llamado a ir juntos sobra. Tampoco es apasionante, salvo para fanáticos, la llamada populista a marchar hacia un pasado imaginario presentándolo como futuro. Nicholas Shumway, director del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas, en Estados Unidos, y autor de La invención de la Argentina, una penetrante indagación de los fracasos autóctonos en la configuración de una identidad, marca la importancia que tienen, para las naciones, las ficciones orientadoras. Las define como “creaciones tan artificiales como las ficciones literarias”, pero “necesarias para darles a los individuos un sentimiento de comunidad, identidad colectiva y un destino común”. En esas ficciones, los convivientes en un territorio se cuentan a sí mismos lo que se proponen ser, lo que ofrecerán a sus hijos y al mundo, aquello por lo cual aspiran a ser reconocidos y a dejar una huella como nación.
Cuando esa ficción enraíza, la nación cuaja y sus miembros la hacen real en sus vivencias. Si dicen ser soberanos, actúan soberanamente. Si se declaran democráticos, actúan democráticamente. Si son una tierra de buena voluntad, de hermandad, de solidaridad, demuestran todo eso en sus acciones cotidianas y en sus relaciones interpersonales. Si creen en la ley, la respetan. Si sostienen que la honestidad es la base del buen gobierno, ni son deshonestos cuando gobiernan ni admiten que los gobiernen deshonestos. Si se declaran tolerantes, aceptan la diversidad, se enriquecen con ella, honran al diferente como a sí mismos. No declaman futuros, los convierten en presente.
Y si no es así, la selección de fútbol se transforma en cuestión “nacional”, un campeonato mundial cada cuatro años o una Copa América cada dos resultan casi los únicos motivos de pertenencia (a menos que alguien desate una guerra insensata por las Malvinas), el Estado es herramienta de intereses sectoriales, corporativos o familiares y la nación (término que viene del latín nasci y significa “nacer”) no nace.
*Escritor y periodista.