La cultura monoteísta supone que existe un Dios que creó todo lo existente. Si hubiese creado solo al Universo que conocemos, tendría que haber participado del Big Bang, evento producido hace 14 mil millones de años, cuando en una fracción de segundo se formaron la materia, el espacio y el tiempo. Inicialmente la temperatura del Universo fue tan intensa que no fue posible que se formen átomos, (un diez seguido de 32 ceros, grados centígrados). 350 mil años después se enfrió lo suficiente como para que se formen átomos de hidrógeno y helio, y se produjo la luz. Se proyectó el mapa cósmico de radiación de microondas. Nacieron los al menos 100 mil millones de galaxias, que están compuestas por una cantidad casi infinita de estrellas y mundos.
Hace unos 4.500 millones de años se formó la Tierra, un planeta pansexual en el que billones de seres, vegetales y animales, tienen sexo y se reproducen cada minuto. Recién hace unos 300 mil años. apareció el Homo Sapiens, cuya naturaleza inmutable empezaron a inventar algunas religiones.
Los islámicos conocen su versión, porque Dios la tiene escrita en un ejemplar del Corán eterno e inmutable, que conserva en algún sitio. Además, desde hace treinta años, gobierna directamente Irán, en donde imperan la familia natural y sus costumbres: es bueno que los hombres maduros se casen con niñas de siete años, como lo hicieron el profeta Mahoma y el Ayatollah Jomenei, la mujeres adúlteras deben ser ejecutadas a pedradas, también los homosexuales y quienes se atrevan a abandonar la verdadera religión.
En la inmensidad del cosmos, lo que más excita a su Dios es que las mujeres permitan que les miren el rostro. Si lo hacen, deben ser ajusticiadas por el incendio erótico que produce su mejilla. En la frontera entre los países árabes y el África negra, vive la cultura Tuareg con la que Alá se dio una licencia gay: obliga a que los hombres se cubran su excitante rostro con velos, mientras que las mujeres pueden exhibirse sin complicaciones.
Los islámicos tienen un Dios que reglamenta hasta los detalles más pequeños de su vida cotidiana, como evitar que, los hombres apunten con su miembro hacia la Meca al orinar, dictamina lo que se puede comer, cuándo ayunar, cuántas veces diarias hay que prosternarse para orar.
En China no dan ninguna importancia a lo que llaman en Occidente “límites éticos”
Cuando son minoría, abogan por la libertad religiosa, cuando son bastantes, tratan de imponer su visión de la naturaleza humana a los demás. En Ceuta, legisladores islámicos propusieron una ley para que se prohíba vender sándwiches de jamón en las escuelas. Otros recurrieron al Parlamento Europeo para que se prohíban las procesiones en España, porque ofenden a su sensibilidad. Para ellos sería ideal una España sin jamón y sin ceremonias católicas que retroceda quinientos años.
En las democracias liberales de Occidente los islámicos pueden reclamar sus derechos e incluso tratar de imponer su cultura a pueblos cristianos. No pasa lo mismo con el capitalismo autoritario chino, controlado por la cultura Han, que cultiva una visión del mundo sin Dios, con la unión sincrética de las filosofías Confucionista, Taoísta, y Budista. Para ellos no existe un creador, ni una naturaleza humana inmutable, sino una realidad sin principio ni fin, en la que los seres vivos se desarrollan y mutan en armonía. Para la cultura china, no existen los límites éticos propios de las religiones creacionistas en cuanto a la posibilidad de experimentación con seres humanos y los cambios de su naturaleza.
Hace cuatro años, He Jiankui anunció el nacimiento de los primeros bebés modificados genéticamente. Fue sentenciado oficialmente a tres años de cárcel por experimentar con seres humanos con técnicas no aprobadas, pero en la mentalidad china de la vida, no hay noción de “naturaleza humana inmutable”, ni la idea de que puede ser pecado alterar el genoma humano.
Reportes de inteligencia norteamericanos aseguran que China realizó “pruebas en humanos”, con miembros del Ejército Popular de Liberación, para desarrollar soldados con “capacidades biológicamente superiores”. Los norteamericanos dicen que no existen límites éticos para la investigación científica en China, lo que es relativamente cierto. Lo que los occidentales llaman límites éticos, los chinos denominan “filosofía occidental”, a la que no le dan ninguna importancia. Con seguridad en China se está experimentando con técnicas avanzadas en el campo de la genética humana. Pronto veremos nacer en ese país una especie superior a la nuestra, cultivada a la sombra del racionalismo ateo confucionista.
En China existe una minoría que profesa la religión islámica, concentrada en Sinkinag, al noroeste del país, en la Región Autónoma Uigur. Los uigures, son una etnia turca que habla un idioma túrcico, se sienten más cercanos culturalmente a las comunidades islámicas de Asia Central que a Pekín. Comparten la provincia con 1.300.000 kazajos, también islámicos, que habitan en la región autónoma Kazaja III en la frontera con Kazajstán.
Los chinos experimentan con técnicas avanzadas en la genética humana
Conforme a su concepción de la naturaleza, uigures y kazajos luchan por su independencia, y cometieron actos terroristas como los de 1997 en Pekín y la oleada de atentados del 2013 y 2014, reivindicados por el Partido Islámico del Turquestán, movimiento pequeño vinculado al Estado Islámico en Irak y Siria.
La situación actual empeoró, sobre todo a partir de que las autoridades locales declararon al islam “enfermedad mental” e incrementaron la represión. Más de un millón de islámicos están presos en campos de concentración, se derribaron 16 mil mezquitas, los minaretes fueron destruidos y se allanan viviendas particulares para decomisar alfombras usadas para la oración, que se consideran objetos subversivos. Se sometió a uigures y kazajos a programas de esterilización y aborto forzados. Su tasa de natalidad cayó en un 60% en cinco años.
La China del futuro inmediato va a ser una potencia que empleará sin limites las herramientas de la Tercera Revolución Industrial y reprimirá a minorías que intenten fomentar creencias mágicas en la población. La gran pregunta es: ¿hasta cuánto el uso de la tecnología en áreas que tienen prohibidas los occidentales por sus creencias, pondrá a China en una posición de superioridad definitiva frente a Occidente?
En la cristiandad ocurrió una lucha permanente entre la ciencia y el dogmatismo, descrita en el libro de Andrew Dickson White, que siempre terminó con el triunfo del punto de vista científico. La reacción de los occidentales de estos días frente a la invasión de islámicos, que quieren imponer su cultura primitiva a los europeos, provocó una fuerte reacción de los liberales y también de una extrema derecha islamofóbica que resucita posiciones que parecían superadas por la historia.
En 1487 dos frailes dominicos, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, escribieron el Malleus Maleficarum, uno de los textos más perversos y misóginos de la historia, que orientó los juicios en contra de las brujas durante doscientos años, y el Concilio de Trento, reunido algunas décadas después, puso las bases de la doctrina que describiría la sexualidad y la familia naturales para los católicos.
Los fieles creyeron que la brujería surgía del insaciable apetito sexual de las mujeres, víctimas de supersticiones por ser “más crédulas, más propensas a la malignidad y embusteras por naturaleza”. Esas supersticiones impregnaron la ética cristiana, aunque Jesús de Nazaret casi nunca habló sobre el sexo. No existen existen citas de discursos en los que haya condenado el aborto, el divorcio o la homosexualidad, ni en los Evangelios canónicos, ni en los apócrifos. Tampoco parecía interesado en el matrimonio: de hecho, no casó a nadie. Tuvo mas bien actitudes liberales: transformó agua en vino cuando faltó licor en una boda a la que asistía (Juan 2, 1-2) y cuando se encontró con un grupo de hombres que iba a lapidar a una pecadora, le salvó la vida pidiendo que lance la primera piedra quien se crea libre de pecado (Juan 8, 1-11).
Sus discípulos fueron personas pacíficas, pobres. Ninguno cabalgó como como lo hacían los ricos, ni asesinó a nadie. No tiene ninguna base la leyenda de Santiago Matamoros matando moros en la batalla de Clavijo, ni la de Santiago Mataindios degollando indios en las batallas de Centla, y Tetlán durante la conquista de México.
En la literatura usada en Trento, el deseo sexual femenino era algo grotesco, corrupto, imposible de controlar. La mujer estaba vinculada con fuerzas nocturnas, oscuras, con una luna que influía en sus ciclos menstruales e iluminaba los aquelarres en los que las brujas bailaban con el demonio.
Según los teólogos el sexo era malo y debía evitarse. No se podía practicar en los días sagrados, durante las festividades religiosas, ni mientras duraba la menstruación. Tampoco entre el jueves y el domingo, ni cuando se celebraba el aniversario de un santo, durante la cuaresma, en los 35 días anteriores a la Navidad y en los cuarenta días anteriores a Pentecostés.
La sexualidad estaba permitida solo si pretendía engendrar, única justificación para tan lamentable actividad. Estaba prohibido todo juego erótico que buscara el placer. Cuando nació la Antropología, Margaret Mead y otros investigadores, encontraron que los isleños del Pacifico Sur llamaban a la posición admitida por la Iglesia la “postura del misionero”. Nunca conocieron a otras personas que tuvieran sexo de manera tan aburrida como los sacerdotes católicos.
En el caos conceptual de la red resurgieron todo tipo de teorías. En las últimas semanas un empleado de Milei reivindicó la “familia natural” de Trento. Es extraño que una persona culta, que sabe de música y que interpretaba a mi banda favorita de rock, The Rolling Stones, como el Presidente, tenga colaboradores de tan pequeña estatura intelectual. Como dijo bien Luis Novaresio, se necesita ser muy ignorante para mantener esas posiciones.
* Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.