COLUMNISTAS
Stephen Hawking

La nave de los locos

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Genio. No solo se preocupaba por el futuro lejano o por el origen del universo. | AP

El genial Stephen Hawking, fallecido el 15 de marzo pasado a los 76 años, advirtió que en unos pocos cientos de años la Tierra será inhabitable a causa del exceso de población (“viviremos hombro con hombro”, señaló), la falta de insumos –el agua en particular–, el cambio climático provocado por nuestra actividad productiva y nuestros hábitos de consumo y, también, por la evolución natural del planeta, una minúscula piedrita girando alrededor de una mínima estrella en la inmensidad de un espacio y un tiempo aparentemente sin principio ni fin. Recomendaba, pues, ir ocupando otros planetas; algo así como una mudanza general en prevención de un desastre anunciado.
Pero a este personaje excepcional no solo le preocupaba el futuro lejano. “Somos solo una raza avanzada de monos en un planeta menor de una estrella muy normal. Pero podemos entender el universo. Eso nos convierte en algo muy especial”, subrayó. Y de allí a señalar las condiciones de nuestra supervivencia: “El error humano que más me gustaría corregir es la agresión. Puede haber tenido una ventaja de supervivencia en los días de cavernícolas, para obtener más alimento, territorio o pareja con quien reproducirse, pero ahora amenaza con destruirnos a todos. (…) Estamos en peligro de destruirnos a nosotros mismos por nuestra codicia y estupidez”.


Un teórico del infinito y la temporalidad preocupado por el presente de la condición humana. Supone un buen ejercicio imaginar a este genio tullido siguiendo los tuits del presidente de la primera potencia económica y militar mundial, Donald Trump; sus bravatas belicistas, racistas, misóginas y clasistas; las de los extremismos religiosos judío y musulmán; el discurso populista del papa Francisco, su tremenda hipocresía respecto a la pederastia y las fabulosas riquezas de la Iglesia y su impotencia –si es que realmente quiere hacer algo– ante la curia vaticana; las adhesiones históricas de todas las religiones a cualquier delirio, con tal de sobrevivir. Imaginar los cálculos de ese discapacitado de cuerpo, hechos en un dos por tres mediante órdenes faciales a una supercomputadora, comparando el volumen actual de la inversión productiva y el de la especulación financiera; los imparables aumentos de la inversión militar mundial; el aumento y concentración de la riqueza y la progresión exponencial de la pobreza y las desigualdades. Si se es capaz de imaginar esto, no hace falta tener la cabeza de Stephen Hawking para llegar a su conclusión: “Todos pueden disfrutar de una vida de ocio lujoso si se comparte la riqueza producida por las máquinas; o la mayoría de la gente puede terminar miserablemente pobre si los dueños de las máquinas trabajan exitosamente contra la redistribución de la riqueza”.


Hawking debe haber agregado otro dato a sus conclusiones: la ignorancia o indiferencia, cuando no la adhesión, de millones de personas en el mundo al delirio global. Los votantes y seguidores de Trump, por ejemplo; o los de la moderna Alemania, que acaban de votar el ingreso al Parlamento de un partido neonazi; o los datos de la violencia en el mundo, no solo los centenares de miles de víctimas de guerra, sino los de la agresión cotidiana. En 2017 se produjeron 29.168 asesinatos en México, a un promedio de 80 diarios, un 27% más que en 2016 (https://www.infobae.com/america/mexico/2018/01/22/nuevo-record-de-violencia-en-mexico-80-asesinatos-por-dia-durante-2017/). Desde 1980, más de 300 periodistas que denunciaban al narcotráfico y la corrupción política han sido asesinados en ese país (https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Periodistas_asesinados_en_M%C3%A9xico). Es solo un ejemplo, ya que el fenómeno se repite, o va camino de, en muchos otros países, como Argentina.
“Lo que pasa con la gente inteligente es que les parecen locos a la gente tonta”, concluyó Hawking, a sabiendas de que este mundo es hoy por hoy una nave cargada de locos, poco o nada inteligentes.

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*Escritor y periodista.