Los debates que se agitan por estos días me resultan harto más interesantes que esos otros que hace apenas dos o tres semanas dominaban la escena pública. Porque hace apenas dos o tres semanas, nada más, lo que se discutía era el oscuro intento del gobierno nacional de envenenar masivamente a la incauta población. Hasta hubo una denuncia formal al respecto, que la justicia acaba de desestimar por inconsistente, por parte de una resonante legisladora. Y los voceros del terrorismo antisanitario proclamaban a viva voz sus tétricos vaticinios sobre el peligro de una vacuna incierta expedida por un laboratorio sospechoso, vaya a saberse con qué macabros fines (probablemente, conquistar el mundo). Las encuestas indicaban que un considerable número de argentinos eran renuentes a vacunarse. Las autoridades pensaron en convocar a famosos o en darse a ver ellos mismos en la escena del pinchazo salvador, para promover así confianza, para así mitigar el miedo.
Entretanto no faltaron los ventajeros que también en esto, en la excepción, en vez de hacer una excepción, hicieron lo que hacen siempre: aprovechar al conocido, buscar el contacto, lograr el acomodo, mandarse por el costado de la fila que hacemos todos, colarse como si tal cosa; en fin, lo suyo: ventajear. Yo prefiero no llamarles VIP, porque no me parecen personas muy importantes; me resulta más exacto decirles nomás ventajeros, avivatos de Lino Palacio. Entiendo que no es preciso insuflarse ninguna “superioridad moral” (signifique lo que signifique ese concepto por lo demás tan trajinado) para ofuscarse con estos pillos de turno (con estos pillos del turno) y deplorar lo que pasó. Servirá al menos para afianzar en la ciudadanía la idea de que vacunarse es bueno (raramente, entre los consternados, hay varios que hasta hace poco agitaban guerras frías y desalentaban públicamente la vacunación). Y podría servir también, por qué no, para avanzar en lo posible en una discusión sobre los privilegios socialmente naturalizados, sobre eso que podría pensarse como una ideología del VIP.
No es que hubiera que ilusionarse con un presunto carácter igualitario del corona virus, pero sí sostener ante la pandemia la exigencia firme de la igualdad de derechos. Igualdad: esa misma que se canta, con un adjetivo en quiasmo, en el Himno Nacional Argentino; esa misma que consta visiblemente en la célebre trilogía consagrada por el republicanismo (aunque los autopercibidos republicanos suelen tildarse en el primer término, y de ahí no pasan).
El principio de igualdad se ve ofendido por los colados de la vacuna. Pero también por los que llegarán antes mostrando el carnet de la prepaga que están en condiciones de solventar. No estoy diciendo que sea lo mismo. Estoy diciendo que las dos cosas ofenden el principio de igualdad.