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Conducta

La obstinación

La obstinación no se cuenta en la lista de virtudes políticas. Es la insistencia en una idea o un propósito más allá de la desmentida de lo real. Es la puesta en juego del amor propio por encima de la razón. No aceptar el propio error y forzar la circunstancia para que la verdad parezca estar de su parte. J.G. Kohl escribió con acierto: “Son dos piedras preciosas, una falsa y la otra buena, difíciles de distinguir: la firmeza y la obstinación”.

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La obstinación no se cuenta en la lista de virtudes políticas. Es la insistencia en una idea o un propósito más allá de la desmentida de lo real. Es la puesta en juego del amor propio por encima de la razón. No aceptar el propio error y forzar la circunstancia para que la verdad parezca estar de su parte. J.G. Kohl escribió con acierto: “Son dos piedras preciosas, una falsa y la otra buena, difíciles de distinguir: la firmeza y la obstinación”. Es el sucedáneo envilecido de la firmeza de carácter.
Existen en política ejemplos de quienes fueron flexibles ante la realidad y se adaptaron a ella aun a pesar de resignar o postergar sus convicciones. Enrique IV, rey de Francia, al cabo de la sangrienta guerra entre católicos y hugonotes, quedó en posición de aspirar a la corona. Pero el triunfo había sido de los católicos y Enrique era calvinista, lo que le cerraba el camino al reinado. Entonces, en 1593 pronunció su célebre frase: “París bien vale una misa” y se “convirtió” al catolicismo.
También el emperador Constantino en el 313 d.C. dio un ejemplo de concesión a la fuerza de la realidad cuando proclamó el edicto de Milán por el que se concedió legalidad al cristianismo en detrimento de los cultos y credos paganos que hasta entonces eran los únicos aceptados en el Imperio Romano. Bien sabido es que  la persecución a los seguidores de Cristo había sido implacable y sangrienta. La explicación dogmática pretende que se trató de un milagro provocado por una visión antes de la victoriosa batalla de Milvio, pero la versión más probable es que Constantino advirtió que los seguidores de Jesús eran ya la mayor fuerza política en Roma y que le era necesaria una alianza con la jerarquía de la Iglesia cristiana para sustentar su poder político. 
Entre nosotros, un ejemplo de flexibilidad y de no ser terco en sus convicciones cuando son desmentidas por lo real fue el caso de Arturo Frondizi, quien cuando accedió a la presidencia comprendió que las ideas acerca de la explotación petrolera que había plasmado en su libro Política y petróleo no eran aplicables. Entonces, varió su posición a pesar de las críticas de la oposición y de muchos de los suyos.
En cambio, el general Perón demostró una autodestructiva obstinación cuando se enfrentó con la Iglesia Católica por motivos que  nunca fueron esclarecidos. La jerarquía religiosa, apoyada por los creyentes, demostró un gran poder de réplica que fue aprovechado por la oposición, cualquiera fuese su religión o su partido, para encolumnarse detrás como sucedió en la multitudinaria procesión de Corpus Christi de 1955, que reunió a católicos, ateos y comunistas. Ello pareció enervar el amor propio del presidente, poco acostumbrado a la negativa a sus designios, lo que lo convenció de que la alternativa era “matar o morir”. Se sucedieron entonces las agresiones de uno y otro lado: fundación del Partido Demócrata Cristiano, expulsión de altos prelados, arengas políticas desde los púlpitos, quema de iglesias, legalización de la prostitución y sanción de la ley del divorcio, excomunión, supresión de la enseñanza religiosa obligatoria, etc. Perón no midió la fuerza del adversario y la escalada condujo al golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955, que tuvo como consigna “Cristo vence”.  Había pagado el precio de su obstinación.
La historia de nuestro pasado debe servir como enseñanza y guía para el presente.

*Psiquiatra, escritor y periodista