COLUMNISTAS

La patria deportista

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Qué se puede esperar de una entrevista? Yo me conformo con poco: alguna frase inteligente del reporteado, un momento que me invite a pensar, que rompa con el flujo estándar de lectura. Empiezo a creer que algo tan sencillo como eso debe ser en verdad algo fuera de lo común, porque cada vez se me hace más difícil encontrar un caso testigo. Aumentado por la devoción por la novedad (de mercado) que convierte a los escritores en expertos en hablar de su “último libro” (¿cómo sabe que es el último? ¿Ya se murió?), “su nueva novela”, o su “actual trabajo”, ya casi no hay entrevistas “de fondo”. Por eso me llamó la atención la entrevista a Daniel Divinsky, editor y propietario de Ediciones de la Flor, en ADN del 1º de abril. Me atrajo porque ni el título, ni el copete, ni la bajada, ni los destacados mencionaban ningún anclaje, ninguna excusa, ninguna coartada. La editorial no cumplía años, el editor no había ganado un premio, nada extraordinario había pasado. Tan sólo ADN debe haber pensado que era interesante entrevistar a Divinsky por lo que tenía para decir, más allá de cualquier actualidad. Y luego me interesó efectivamente por lo que dice, por sus respuestas. O mejor dicho, por lo que formula Josefina Licitra, en su primera pregunta: “¿Por qué la actividad intelectual está tan reñida con la actividad física?”. Es una pregunta curiosa, extraña como para comenzar una entrevista con un editor (apuesto doble contra sencillo que no fue la primera pregunta real que hizo, sino que luego la editó en ese orden). Y si Licitra comienza por esa pregunta es, vuelvo a apostar, porque ya sabía que la respuesta iba a ser muy aguda o incluso polémica (quizá ya lo habían hablado en privado, quizá Divinsky ya había hecho declaraciones en ese sentido en otra entrevista, quizá surgió por azar en la conversación y Licitra tuvo el buen tino de comenzar por ahí). En todo caso, ésta es la respuesta: “No lo sé. Sí sé que hay una cuestión muy especial en la Argentina, que se relaciona con que en la dictadura el fomento del deporte tuvo una especial significación. Yo, que me fui luego de estar preso en 1977 y volví en 1983, cuando llegué me encontré con una patria deportista que no existía cuando yo me había ido”.

Hace algunos años mantuve una discusión breve y amable con una intelectual que no se exilió y que, por lo que entendí en esa conversación –en la que estábamos junto a un par de amigos en común–, le gusta mucho el tenis. Yo relataba mi experiencia lateral durante la dictadura. Con 9 años en 1976, ningún exilio se abatió sobre mí, ninguna censura, ninguna clandestinidad. Casi, diría provocadoramente, ningún otro riesgo. Pero sí fui a la escuela primaria pública en esa época, y recuerdo muy fielmente el día en que fuimos de excursión (obligatoria) a ver un partido de la Copa Davis. Creo que era una final de la Zona Americana, como se llamaba entonces, contra los Estados Unidos, en la que por la Argentina jugaban Guillermo Vilas y un gordito llamado Ricardo Cano, que al lado suyo parecía un jugador amateur. La salida tuvo toda la impronta de un desfile militar para niños, cada uno con su escarapela y su formación marcial. La cordial discusión giró esa noche en torno a la tan mentada relación entre deporte y dictadura, pero yo rápidamente cambié de tema, no nos íbamos a poner de acuerdo y no me parecía tan importante el asunto. Además, no soy muy conocedor del tema: por una cuestión de esnobismo, frivolidad o incluso hasta de buen gusto literario, siento una leve aversión por casi todas las novelas ambientadas durante la dictadura o por la “literatura de desaparecidos”. Pero lo que dice Divinsky no deja de ser cierto y remite a una pregunta terrible: ¿en qué momento el deporte se convirtió en el tema de conversación absoluto?

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