La álgida batalla que vienen sosteniendo, por un lado, Donald Trump, y por el otro, la Realidad, estaba siendo ganada notoriamente por Trump. Su recurso fundamental (acaso el único, pero infalible) consiste en decir sencillamente que no. Que no. Así de simple. Pasa esto, pasa aquello, lo denuncian por esto, le prueban aquello, y él dice simplemente que no. Que no. Podría perfectamente citar, si es que no lo ha hecho ya, aquella gran frase de Groucho Marx: “¿A quién va a creerle? ¿A sus ojos o a mí?”.
La negación es un consabido mecanismo psíquico que sirve para no enterarse de aquello que no se quiere saber. Es una especie de bloqueo que se activa para que ciertas cosas no afecten, un muro que se interpone frente a aquello que existe pero nos complica, una barrera defensiva. Se la emplea asimismo para zafar frente a otros de ciertas situaciones comprometedoras, como un escudo que se levanta para tapar y para taparse.
Trump es un campeón en la disciplina. Pero además es el presidente de los Estados Unidos, lo cual potencia la negación al nivel de política de Estado. Y en efecto, en la política de Estado constan esas mismas palabras (aunque no surjan necesariamente de Trump): barreras (arancelarias), bloqueos (comerciales), escudos (antimisilísticos), muros (fronterizos). Ese experto en refracciones que es todo buen negador procede ni más ni menos que así. Aleja de sí lo que lo problematiza, lo pone en algún otro que le resulte razonablemente ajeno o que esté suficientemente lejos. ¿Narcotráfico? Los mexicanos. ¿Manipulación de la opinión pública? Los rusos. ¿Coronavirus? Los chinos. ¿El? Nada que ver (entre los superhéroes de la Liga de la Justicia, el escudo les tocó a la Mujer Maravilla, con las estrellas de la bandera en el shorcito, y a ese capitán de nombre emblemático: América).
Quienes piensan que el dinero lo es todo (que lo es directamente o que lo es porque sirve para comprarlo todo) se inclinan a suponer que quien fue capaz de hacer dinero será capaz de hacerlo todo (en la Argentina, que yo sepa, nadie llegó a la presidencia de esa manera). Y Trump, que participa de esa misma convicción, actúa bajo tal premisa, que puede hacerlo todo. ¿Y lo que no? Muy fácil: lo niega. Dice que no y se encoge de hombros. Dice que no y pone trompita. Dice que no y lo tuitea, para que el mundo le clave el visto.
Para mí va ganando esa batalla. Pero ojo con la Realidad, que es porfiada. Ojo con la Realidad, que se obstina. Cuenta con una ventaja clave, que es que tiene existencia objetiva. Le dan una vuelta, dos, tres, y la muy bicha sigue ahí. Al jocoso de Donald Trump va a asestarle un zarpazo ahora. Ese virus, que él desestimó por chino, ya va entrando en el país. En un país que, como se sabe, casi no tiene sistema público de salud.