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virilidades

Clase de cosas

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La barra del Corralero se acomoda justo atrás (atrás del narrador del cuento), “para dentrar a tallar si el juego no era limpio”. Se trata, claro, de “Hombre de la esquina rosada” de Borges (que antes significativamente se llamó “Hombres pelearon”). ¿En qué consiste ese juego limpio? ¿Qué es lo que define su limpieza? Un modelo de virilidad se configura con nitidez en esa escena paradigmática: la pelea mano a mano, de uno que se enfrenta con otro (¿para quién? Para una mujer. Porque es la Lujanera la que mide los corajes, es ella la que determina quién es hombre y quién no).

Ese ideal de valentía, el de la escena del duelo, implica a su vez una cobardía: la del medroso que declina el desafío, la del callado que se niega a pelear. Pero implica

también esta otra cobardía: la de los muchos que pelean contra uno solo. Por eso es decisivo ese momento en el que la barra del Corralero se abstiene de intervenir: si el juego es limpio, y más aún: para que lo sea, no van a meterse. Se diría que lo hacen

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para no repetir la indignidad de los federales de “El matadero”, o la de la partida policial que acorrala a Martín Fierro; esa que reaparecerá en “La fiesta del monstruo” de Borges y Bioy, y que se verá replicada (en los dos sentidos de la expresión: reproducida y contestada) en “El niño proletario” de Osvaldo Lamborghini, Todos contra uno: la fórmula de la abyección.

Es decir que esta clase de cosas, las cosas de esta clase, se deploran hasta en la deplorable cultura de la virilidad.