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Volver a los 17

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| Cedoc

Las masas revolucionarias irrumpen en los grandes palacios, las masas convulsionadas irrumpen en Plaza de Mayo. Es el año 17, es un día 17 (y siempre octubre). En un caso y en el otro, hay escenas de profanación: los que orinan sin tapujos en jarrones valiosísimos, según filmó Serguei Eisenstein; los que deciden refrescarse un poco justo ahí donde no se debe, según versificó Leónidas Lamborghini. Aguas sucias, en un caso, y aguas ensuciadas, en el otro. Y en los dos, un énfasis en la impureza que avanza sobre ciertos espacios que se quieren intocados. El lujo y la vulgaridad, la plaza histórica y la mersa.

Hay algo de carnavalización, según creo, sin forzar demasiado a Bajtin, en el involucramiento enfático de las partes bajas del cuerpo: las partes con que se mea y las patas de los patasucias. Los jarrones, objetos de arte, convertidos en mingitorios (lo inverso de la operación Duchamp, y además en el mismo año); las fuentes de Plaza de Mayo usadas como palanganas.

La potencia medular de las profanaciones populares no se mitiga con el paso del tiempo. Su perseverancia es notable y se la puede verificar, antes que nada, en el escándalo de clase de los que no dejan de indignarse ante la sola idea de que vaya a mancillarse un espacio, es decir un orden, que ellos pretenden sagrado. Y es eso, en efecto, pero también es más que eso: es el propio régimen de sacralidad, con sus permisos y sus prohibiciones, con sus admitidos y sus excluidos, con sus poseedores y sus desposeídos, lo que se ve rigurosamente lacerado, puesto en cuestión, ofendido.

También hay algo de carnavalesco en ese peculiar tono festivo que asumen estas invasiones: hay mucha risa, divertimento, jocosidad. Es risa de resistencia, ahí donde el humor es un recurso al que apelan los afligidos en algunas ocasiones. Esa risa es desafiante y apunta decididamente al poder, ahí donde los afligidos se hartaron y se resolvieron a pasar a la acción. Esa risa es risa insurgente, se dirige de abajo hacia arriba y discute esa verticalidad.

No se confunde jamás, porque es su contracara exacta, con la risa cruel de los verdugos, que gustan muy a menudo de burlarse de sus víctimas. Y no se confunde jamás, porque es también su contracara, con la risa de los que disfrutan mirando todo por sobre el hombro: zumbones, distantes, ácidos, superados, ofreciendo sus monerías al gusto de la dominación. Total, no les importa nada, y es por eso que se ríen.

La risa de resistencia, la risa insurgente, es la risa de los que importan, cuando se cansan de no importar.

Hay profundas diferencias entre el año 17 y el día 17: ya lo sé, ya lo sé. Hay profundas diferencias, y montañas de bibliografía al respecto. Lo hablamos muy a menudo con amigos muy queridos.

Pero no es de eso de lo que quería ocuparme ahora.