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Los campeones

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Año tras año, y de manera exponencial, el fútbol argentino multiplica sus campeonatitos, copitas y supercopitas. Los medios los exaltan con estridencia y las autoridades del rubro las avalan con sello oficial. No es sencillo dirimir en qué medida toda esta gloria presurosa y degradada traspasa verdaderamente al fervor popular más genuino. No es sencillo porque en las tribunas hay numerosos hinchas a sueldo, que montan el festejo pues para eso se les paga. Y no lo es porque en la celebración en los campos de juego fue eliminada la presencia popular (¡ah, aquellas invasiones de campo, aquellas vueltas olímpicas con jugadores llevados en andas!), para reemplazarla por una coreografía penosa en la que los jugadores hacen las veces de hinchas y los propios organizadores se encargan de tirar papelitos.

Yo tengo la firme sospecha de que los hinchas de más arraigo no dejan de considerar que un equipo sale campeón cuando gana el torneo argentino o bien las copas consabidas (la Libertadores, la del Mundo; y un poquito más atrás, puede que la Sudamericana), y que todo lo demás es relleno de auspiciantes, farsas televisivas, oprobiosos premios consuelo.

El fútbol no tiene importancia, y esto entonces no la tiene. Pero sirve como indicador de los desfasajes que puede llegar a haber entre las disposiciones y las estadísticas oficiales, los climas que promueven los medios y el estado de ánimo que impera en realidad entre la gente. En la política, por caso, esos desfasajes sí que tienen importancia: pueden ser incluso graves.

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