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Sobre ruedas

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¿Cómo interpretar, me pregunto, entre tantos gestos y tantas palabras, entre tantos signos y tantos discursos, el hecho puntual de que Alberto Fernández se haya dirigido a la asunción (es decir, a la presidencia) manejando su propio automóvil? Volvió en otro y llevado por otro, pero fue en el suyo y manejando él. Lo vimos, y en directo: el brazo afuera de la ventanilla, pero no para cancherear (a lo Sandro en Subí que te llevo), sino para saludar al pueblo en pleno con los dos dedos en ve (ve de victoria, ve de volvimos) a medida que avanzaba.

Presidentes y automóviles: componen una especie de serie. Habría que evocar, por lo pronto, al general Perón nada menos, inspirador y mentor, en aquella Argentina que se soñaba industrial, de fenómenos tan singulares como el Sedán Justicialista o el Justicialista Gran Sport. El mismo montaba en esos bólidos, con tanta solvencia como la que lo erigió en el famoso caballo pinto.

Habría que evocar también, cómo no, al bueno de Carlos Menem, piloto de rallys ya que no de tormentas. Impertérrito ante todas las cosas, incluso ante las peores tragedias, se mostraba insuperable en el arte de no mosquearse por nada. Lo recordamos desencajado, sin embargo, rabioso hasta el fuera de sí, cuando le hicieron saber que tenía que devolver la Ferrari Testarossa que le habían obsequiado. Los tuercas lo comprenderán: se la hicieron devolver no sin antes dejársela probar (en el sentido de saborear), ida y vuelta a Mar del Plata en apenas un periquete. Perderla después de haberla tenido (o sea, de haberla sentido) fue peor que si se la hubiesen vedado desde el vamos, sin siquiera dejársela ver.

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A la serie luego se agrega Mauricio Macri. ¿Manejando? No exactamente: más bien tropezando, como empresario, al frente de la firma Sevel, a la que llegó por delegación directa de su padre y no por mérito propio (pese a eso, o tal vez por eso mismo, haría de la meritocracia una bandera y un credo, en tanto que don Franco, en lo sucesivo, tomaría sus decisiones con muchísimo más cuidado). De los autos, precisamente, provendría la insistente sospecha de Macri como contrabandista, de su pasión inveterada por la evasión fiscal y de su costumbre de turbiedades (no ratifico ni rectifico, no soy quién para dirimirlo; pero a cambio me pregunto si aquellos que lo han votado lo hicieron en la convicción de que esa sospecha era infundada o bien porque no les importa en absoluto la posibilidad de que sea cierta).

Ahora llega Alberto Fernández: llega al volante. Este auto que él maneja ya no expresa un sueño industrial, ni indica frivolidad y glamour, ni sugiere corruptelas de empresario. ¿Cómo hay que interpretarlo, entonces? ¿Qué es lo que significa? ¿Autonomía personal? ¿Vuelo propio? ¿Alberto conducción? ¿Lo que quiere mostrarnos es que no precisa que lo lleven, que es un presidente porteño (no había uno desde Roberto Ortiz, allá en 1942) y conoce la ciudad, porque es la suya? Yo diría que Alberto se dio a ver llegando al trabajo como llega cualquiera (bueno, cualquiera no: cualquiera que tenga un Toyota): llegó como un tipo común que enfila por el camino de siempre, rumbo a la oficina, por ejemplo, en camisa porque hace calor (y prefiere la ventanilla baja al encapsulamiento aséptico del aire acondicionado y la polarización defensiva). Maneja con una sola mano, aunque es indebido, porque tiene la situación controlada y se permite esa soltura. Hay corte en Rivadavia y Callao: pasa a menudo. Pero a Fernández, por esta vez, no lo complica, porque este corte, ni hay que decirlo, es para él.

A esta escena acaso calculada vino a agregarse otro factor: el del más completo azar. A los timberos no se les escapó el detalle: el número de la chapa patente del auto en cuestión salió primero en la Quiniela Nacional Matutina. Mejor pájaro de buen agüero no podría haber habido. ¿Empieza entonces, en efecto, un tiempo de prosperidad más repartida, el fin de las inequidades tan crueles, la plata en los bolsillos? No lo sé, pero si no, como dijo el propio Alberto, saldremos a la calle, saldremos y la cortaremos, y ya no para su agasajo.