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privatizaciones

Carta certificada

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Tengo a menudo la impresión de que al menemismo lo pensamos como algo que nos pasó, así como pasan las tormentas o los días ventosos, y no como algo decidido y confirmado por la mayoría de los argentinos. Se lo evoca, por lo tanto, según creo, como una especie de realidad/irrealidad, en el sentido en que el uno a uno, por ejemplo, fue real e irreal al mismo tiempo (una ley de convertibilidad efectiva, una ficción de paridad inverosímil). Así después, como un fantasma, como un holograma en deterioro de sí mismo, el propio Carlos Menem quedó al amparo del kirchnerismo, que denostaba lapidariamente sus políticas pero a él le daba cobijo, como si no hubiese ninguna conexión entre una cosa y la otra, entre esas políticas y él.

Cartero, de Emiliano Serra, es una película que nos devuelve recuerdos tangibles de ese tiempo. La manera nerviosa y a la vez afectuosa en que se sigue al protagonista, con un trasfondo de malestar social creciente, las escenas en las que vemos cómo la macroeconomía daña las relaciones personales, infiltrándoles malestar y recelo, no hacen sino plasmar una realidad concreta en la que los despidos, la precarización laboral, la extorsión de los retiros voluntarios no son datos ni opinión: son políticas que estropean vidas.

Eran tiempos de privatizaciones. Cartero lo anuncia desde su título: se trata del caso del Correo Argentino. De manera que ese pasado se conecta con nuestro presente no solamente por algunas evidentes semejanzas políticas y sociales. El presidente de la Nación, bien lo sabemos, intentó licuar una fornida deuda familiar, proveniente ni más ni menos que del paso paterno por el Correo: unos cuantos millones que trató de hacer condonar, así sin más, como primer mandatario argentino.

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