COLUMNISTAS
golpes

Los hechos y las interpretaciones

default
default | CEDOC

Para el caso, aquí todavía no nos hemos puesto de acuerdo sobre el carácter que hay que otorgarles a los hechos ocurridos en octubre de 1812. Y ya pasaron más de dos siglos desde entonces. El general San Martín sacó a la calle a las tropas del regimiento que comandaba y las emplazó en un lugar por demás visible, ejerciendo de ese modo una presión muda pero elocuente, imposible de omitir, que precipitó en definitiva la caída del Primer Triunvirato y su reemplazo por el Segundo Triunvirato. ¿De qué se trató? ¿De una asonada? ¿De un modo sutil de interesarse? ¿De una intromisión inaudita? ¿De un derrocamiento liso y llano?

Pasaron doscientos años y no nos hemos puesto de acuerdo. El asunto se saldó eficazmente: San Martín es el Padre de la Patria, y entre las muchas virtudes por las que lo veneramos consta la más rigurosa abstención en lo atinente a cuestiones políticas. En tanto que la Avenida Triunvirato (una de las más zigzagueantes de la ciudad de Buenos Aires, por cierto) viene a sugerirnos, con su nombre en singular, que no hay necesidad de ponerse quisquillosos en el discernimiento de un primero y un segundo.

Eran otras circunstancias históricas, ya lo sé. No se había declarado aun la independencia, no existía la Constitución Nacional, no se había unificado ni organizado un país. No obstante, en aquella escena remota se definen con nitidez los términos de un conflicto que de ahí en más se repetiría: poder político y poder militar, sus respectivas jurisdicciones, las eventuales injerencias, los términos de una supeditación. Sirve además, de paso, para evidenciar qué tan inconsistente es la fórmula hoy de uso bastante habitual, la de “datos, no opinión”, que equivaldría, por mejor decir, a la premisa de que puede haber hechos sin interpretaciones.

Hay hechos, claro. Pero hay interpretaciones. Y es por eso que nos trabamos, a veces hasta apasionadamente, en discusiones acerca de los criterios a emplear, las maneras de dar sentido. Se pueden hacer diversas consideraciones acerca de la pericia o la impericia en el ejercicio del poder político, o bien acerca de la legitimidad o la ilegitimidad de las vías de acceso al mismo. Pero encuentro por demás convincente la idea de que toda vez que se verifica la imposición de las fuerzas armadas para determinar una resolución política, se trata ni más ni menos que de un golpe de Estado. De eso, precisamente: un golpe de Estado.