Cecilia Morel acaba de lanzar un severo desafío al cine, a la literatura, a la trama ficcional que procesa imaginarios. Porque se supone que las películas o las novelas captan y plasman aspectos sociales y políticos no tan fáciles de detectar, no siempre evidentes y explícitos. Así, por caso, dos ejemplos muy reconocibles: un cuento como Casa tomada, de Julio Cortázar, o una película como Invasión, de Hugo Santiago. Referencias habituales de lo que es la paranoia de clase, expresada con las sutilezas tan propias de lo alusivo.
Pero hay gente que anda así: con toda la ideología al aire. O bien que, en la sinceridad del entrecasa, se permite soltar al descuido sus verdades más vergonzantes. Cecilia Morel, sin ir más lejos, primera dama chilena (de paso ¿para cuándo la supresión de este rezago patriarcal? El trabajo que consigue un hombre no tiene por qué determinar lo que hace su mujer). Cecilia Morel habló sin filtro, y quizás precisamente por eso lo que dijo se filtró. Terror e incontinencia a menudo se combinan. En este caso, se trató de incontinencia verbal.
Cecilia Morel soltó todo: que esos chilenos que protestan en las calles, y de los cuales ya mataron casi a veinte, para ella son extranjeros, es decir, provienen de un mundo-otro; tan otro, que incluso aumentó la escala: los denominó directamente alienígenas. Verdad subjetiva en estado puro, franqueza impar. La invasión de los alienígenas se impuso, para Morel, en el envés exacto del sometimiento de los alienados, que es lo que en general garantiza el orden.
Pero Morel dijo algo más: habló de los privilegios. “Vamos a tener que disminuir nuestros privilegios”, deslizó, admitiendo que esos privilegios existen y que no piensan más que atenuarlos: aflojar un poco, nomás. Al rato se repuso y retomó las frases huecas de rigor: unirse, escucharse, buscar soluciones. Las falacias habituales. La verdad, en cualquier caso, ya estaba dicha.