COLUMNISTAS
Violencias

De armas tomar (II)

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De todas esas violencias que entre nosotros tanto se exaltan y se admiran, hay una que particularmente me aflige, y es la que perpetró Julio Argentino Roca. Nombre más patriótico que ese no hay, y lugar donde nacer tampoco. Tiene billetes y tiene estatuas, tiene colegios y diagonal, tiene ciudad y ramal de tren: tiene sin dudas el repertorio completo. Fueron varias sus ocupaciones, ya lo sé; pero entre ellas visiblemente se destaca la de esa bestial matanza de indios a la que, con inaudito cinismo, se dio en llamar “Conquista del Desierto” (pero desierto no es lo que había, sino más bien lo que quedó después). Su violencia no molesta, eso está claro.

Más allá, notoriamente, otros hacedores de muerte imperan: por profesión (como San Martín), por abnegación (como Belgrano) o por presunta necesidad (como Sarmiento), todos ellos quitaron vidas recurriendo a la violencia, y es por eso justamente que hoy tienen calles, ciudades, estatuas, teatros, galerías, equipos de fútbol, billetes y ramales de tren: el repertorio completo, en fin. Esa violencia tampoco molesta.

Más relegado, en comparación, parece haber quedado Juan Bautista Alberdi. El billete que se le otorgó duró poco, y fue en una época en la que el acceso a ese homenaje se había facilitado mucho (para el caso, por ejemplo, hubo sitio hasta para Derqui).

Tiene avenida, sí, pero ramal de tren no. Tiene estatuas menos notorias, la fecha en la que falleció no es feriado. Se le agradecen rigurosamente las Bases, que inspiraron la Constitución Nacional; menos se dice de su colosal obra póstuma: El crimen de la guerra. Pues es en esas páginas en las que filosamente se aboca a poner en cuestión toda una conformación de la identidad nacional basada en la entronización de las armas, de la guerra, de la muerte, de la violencia. Se opuso con gran lucidez a esa esmerada figuración de lo argentino. Perdió la discusión en los hechos, aunque no sé si en los argumentos.

Otro relegado en el que pienso: Lucio Victorio Mansilla (ojo: la calle de Palermo rinde homenaje a su padre, Lucio Norberto, no a él). Que Una excursión a los indios ranqueles, su obra maestra, se haya visto fuertemente desplazada hacia el rubro de la literatura infantojuvenil puede verse, por qué no, como un intento de minorización y, por ende, de relegamiento respecto de las obras “mayores” del canon literario nacional. En ella, significativamente, Mansilla se posicionaba en contra de la política de exterminio de indios que, apenas unos años después, se llevaría en efecto a cabo. Su excursión sugería otra cosa: la posibilidad de una solución sin violencia. Perdió la discusión en los hechos, eso está claro, aunque no sé si en los argumentos.

De la fascinación por la violencia, como puede verse, hay mucho para decir.