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Decir que no

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La ilusión de cambiar el pasado aparece con frecuencia en Los diarios de Emilio Renzi. Ricardo Piglia piensa en Fitzgerald, también piensa en Joseph Conrad. Los propios diarios, en definitiva, intervenidos desde el presente, responden en su factura a un afán de esa índole.

Cambiar el pasado. ¿No hay también algo de eso en el final de Había una vez en Hollywood, la última película de Quentin Tarantino? Una calle en vez de otra, una puerta en vez de otra, un desvío circunstancial, y resulta que ya no sucede ese crimen horripilante donde mataron a Sharon Tate. En su lugar, ocurre otra cosa: un zafarrancho de tarantinismo total. Es decir que el cine (y aun más: una forma de narrar, una estética determinada) modifica lo que pasó, corrige la realidad de los hechos.

Pero hay otro momento de la película en el que Tarantino ensaya algo semejante, y de nuevo en relación con Roman Polanski. Finales de los años 60, corren tiempos de liberación sexual (justo lo opuesto que ahora); en un auto, bajo el sol, una chica le ofrece una felación al héroe de la historia (que no es otro que Brad Pitt). Ella es grácil, desenvuelta, decidida, y es quien toma la iniciativa por cierto. Pero es marcadamente menor, y él se da cuenta. Y entonces le dice que no. Ella protesta, un poco se enoja, incluso le insiste. Pero él dice que no.

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Lo que hay que decir es que no, y lo que él dice es que no. Y así el cine, una vez más, modifica el pasado, corrige la realidad de los hechos, revierte eso que no debió pasar.