COLUMNISTAS
utilidades

La perspectiva imposible

La ilusión de capturar el punto de vista más objetivo, el más verdadero, es una quimera. Esta captura –que hoy ha devenido literatura, cine, teatro– comienza en las covachas de Altamira, donde el rico mamut representado en la pared tiene una función utilitaria y nada estética: invocar al mamut de verdad para la cena.

Rafaelspregelburd150
|

La ilusión de capturar el punto de vista más objetivo, el más verdadero, es una quimera. Esta captura –que hoy ha devenido literatura, cine, teatro– comienza en las covachas de Altamira, donde el rico mamut representado en la pared tiene una función utilitaria y nada estética: invocar al mamut de verdad para la cena.
Luego, el hombre se inventó máquinas que lo confunden todo: la historia del arte y la de la política están atravesadas por ese intento de tornar “útil” cualquier representación. Y apoderarse del punto de vista es ejercer el poder.
Una de estas maquinarias formidables (Erwin Panofsky dixit) es la de la perspectiva. Este invento vino a querer realizar la misma actividad que los vidrios humorosos del mismísimo ojo humano, reemplazando por diagonales y puntos de fuga lo que es apetito racional de organizar lo mirado. Es lícita la pregunta de Eduardo Del Estal: “¿Por qué en la Edad Media nadie pinta a Dios de espaldas?”. ¡Porque es imposible verlo desde allí! A espaldas de Dios no había nada. Ni nadie. En ese entonces sin Wall Street.
Yo, que voy atento a lo que no sirve para nada, acabo de descubrir un salto tecnológico conmovedor. Lo dieron los técnicos de Iberia. Han puesto una camarita en lo alto del alerón de cola, y uno ve –hipnotizado y embobecido– cómo su avión despega y aterriza en tiempo real, tal como lo vería un dios más alto, pero con objetividad mecánica. El truco dura poco, porque en seguida de despegar sólo se ven nubes de gris y porque –al aterrizar– la cámara se corta con el golpe contra el suelo (no vaya a ser que haya un despiste y veamos cómo se asa nuestra nave).
Bien podría ser una filmación anterior de otro viaje, y no notaríamos la diferencia. Pero el tiempo es “real”, es nuestra nave la que se eleva, y somos nosotros los que nos vemos desde allí donde no estamos del todo. ¿Qué utilidad tendrá esa forma de mirarse? ¿Cuál es la magia de Altamira que –se me antoja– vuelve a imprimirse en esta peliculilla que nos ofrece como mamuts adobados al azar de la catástrofe o nos devuelve ilesos a seguir con la vida como si nada hubiera pasado? De todas las películas que ofrece Iberia, siempre me quedo con ésta.