Cada tanto, al Gobierno le agarra el “bichito de la pesificación” e intenta convencernos de que “el que apuesta al dólar pierde”.
Cabe reiterar que la preferencia criolla por el dólar como moneda de ahorro no surge de una perversión antipatriota de la gente, sino, básicamente, de una perversión antipatriota de los funcionarios.
En efecto, son los funcionarios, más precisamente el directorio del Banco Central, los que tienen, entre otras misiones, la obligación de defender el valor de la moneda local.
Pero el peso compra hoy la décima parte de lo que compraba a finales de 2001.
Dicho de otra manera. La tasa de inflación promedio de la Argentina entre 2015 y 2001, bien medida, supera el 1.000%. Llamar a eso “defender la estabilidad monetaria” suena a un chiste de humor negro.
El día que asumió la actual conducción económica un dólar valía, en el mercado oficial, 6,04 pesos. Hoy, su valor es de 9,16. Es decir, sólo en la gestión de Kicillof y medido por el precio del dólar oficial, el peso perdió casi el 35% de su valor frente al dólar, y el dólar se encareció más del 50%.
Está claro, entonces, que la vocación dolarizadora de los ahorristas es la contracara de la vocación de erosionar el poder de compra del peso de los funcionarios.
Pero para el Gobierno (y no sólo para el actual por supuesto, dado que llevamos una larga tradición al respecto), cobrar el impuesto inflacionario, independientemente de su alícuota, resulta natural y “legal”, y tratar de eludirlo vendiendo pesos y comprando dólares es un delito, tanto como evadir los impuestos formales.
En efecto, este “modelo” preelectoral necesita, para financiar el desborde del gasto, cobrar el impuesto inflacionario, evitando que ello se traduzca en una gran inestabilidad macroeconómica.
Allí está la razón de ser del cepo que, como las brujas, no existe pero…
El cepo actúa como un gran corralito para evitar que los pesos que el Gobierno emite para financiar el gasto público se transformen en demanda de dólares del Banco Central. En otras palabras, sin cepo, no se hubieran podido emitir tantos pesos, sin que el Banco Central se quedara sin reservas, o sin tener que devaluar mucho más el peso, para desalentar la demanda de dólares.
Por lo tanto, gracias al cepo, el Gobierno encuentra un coto de caza en donde nadie se puede escapar de su ambición recaudadora del impuesto inflacionario.
Bueno, lo de nadie es una exageración, porque escapan los que pueden acceder al dólar ahorro o al dólar turista y los importadores autorizados. Es decir, como en todo impuesto, hay algunos que están “exentos” de pagarlo.
Pero claro, si bien el cepo permite que el Banco Central emita pesos sin límite y sin tener que reflejar totalmente, en la cotización oficial del dólar, la pérdida del valor del peso, este uso intensivo de la maquinita le pone un piso a la tasa de inflación. Y el intento de no reconocer en el precio del dólar oficial la pérdida de poder de compra del peso genera, además de una fuerte caída de la competitividad de nuestros productores de bienes, expectativas de devaluación en el futuro. (Que se reflejan en la cotización del dólar futuro, en el mercado libre de Nueva York).
Dadas las expectativas de un precio mucho más alto del dólar en el futuro, muchas empresas y particulares quieren dolarizarse hoy, aun fuera del mercado oficial. Para eso tienen que convencer a otros de que se “pesifiquen”.
Entonces, en el mercado de compraventa de bonos en dólares y pesos (el mal llamado “contado con liqui”) el precio del dólar sube reflejando esa mayor demanda y esa mayor expectativa de devaluación en el futuro. Y lo mismo pasa en el mercado del dólar informal.
Obviamente, estas transacciones no afectan las reservas del Banco Central, dado que son transacciones entre particulares en donde compra un “desestabilizador” y vende un “patriota”. Pero sí afectan la tasa de devaluación esperada, y por lo tanto, la tasa de inflación esperada e, indirectamente, la tasa de interés en pesos.
Por ello, aun con el gran corralito del cepo, los funcionarios persiguen con la policía, ahora con los superagentes, y con aprietes varios, a quienes quieren dolarizarse.
Tratando de evitar lo inevitable, que su irresponsabilidad en la conducción macro del país se refleje en los precios de los bienes y del dólar.
A la corta pueden ser exitosos, a la larga, no les importa, ya no estarán.