Estamos hechos de sueños y deseos. ¿En cuánto? ¿Diez años? ¿Veinte? El Estado tomará el control de la producción, distribución y venta de drogas, con sus debidas restricciones. Entonces, cuando eso finalmente ocurra, la pregunta será: ¿Era necesaria tanta muerte? Y, como suele suceder con las preguntas que inducen a pensar, siempre lleva a otra: ¿la conquista de las libertades individuales, las que se basan en el ejercicio de la responsabilidad personal, tendrá que ser siempre a costa de sangre?
Proyectar o retrasar el tiempo permite ver, a la distancia de los años, cómo se resolvieron finalmente esas situaciones vividas en su momento como “dramáticas”. Recuerden el feroz debate sobre la Ley de Divorcio aprobada en1987. La Iglesia, en tono apocalíptico, amenazaba desde el púlpito con todos los horrores del infierno.
Según los curas, las masas acudirían a divorciarse sólo por el gusto de aprovechar las facilidades de la ley y eso disolvería “la familia”. Ocurrió todo lo contrario. Imaginen, hoy, un país que todavía no hubiera legalizado el divorcio.
El poder de esos “factores de poder” se define y se sostiene por el grado de terror y de control que imponen, pero la vida, la tuya, la que sentís, la que te pertenece, sólo tiene que limitarse en su ambición a no joder a otra. En un paquete de cigarrillos está la síntesis de la idea: el Estado obliga a los fabricantes a advertir de los riesgos para la salud con fotos estremecedoras de pulmones arruinados, de personas en agonía a causa de la nicotina. Además, prohíbe fumar en lugares cerrados. Pero nada te impide comprar y darte el gusto en casa o en la calle si eso es para vos un placer, un hábito o una adicción.
Por otra parte, hay un lobby de las provincias tabacaleras, y puestos de trabajo y mucha guita en juego. El cigarrillo mata, pero aporta fortunas considerables en impuestos. El alcohol es un ejemplo similar. Los miles de personas que acuden cada día a las reuniones de Alcohólicos Anónimos dan testimonio de su poder devastador, pero ahí están en las góndolas las botellas de todas las marcas, colores y graduaciones.
Hay más, muchos más muertos por las disputas de territorio que por sobredosis. Trescientos muertos el año pasado sólo en Rosario,la mayoría pibes. Ricardo Lorenzetti, presidente de la Corte Suprema, advierte que el crecimiento de los carteles puede afectar gravemente al Estado de derecho, pero no parece recordar que hace tres años los jueces de Salta, desesperados, le pidieron ayuda y los ignoró. Al juez federal de Jujuy, Carlos Olivera Pastor, le dejaron la cabeza de una persona decapitada dentro de una caja.
Los narcos pesados, mexicanos, peruanos y colombianos, asociados con argentinos, llevan años de ventaja en el país. Compraron lo que hiciera falta, pastores evangelistas, policías, funcionarios de la Aduana, de la Justicia, casas en countries, medio Puerto Madero y financiaron a los políticos. Hay información, hay datos, hay denuncias. Hay hechos. Lo que no hay son presos gordos con condenas largas. Los hijos del brigadier Juliá están detenidos, en Barcelona. Pero el avión con mil kilos de cocaína salió de Ezeiza. Argentina es el tercer exportador de Sudamérica.
Ahora, todos hablan, pero nadie se hace la pregunta que falta: ¿y si fuera legal? Bajo administración del Estado, control del Congreso, ONG y de la sociedad, se acabó la financiación de los narcos a los políticos, las coimas que se pagan en la compra de armas, radares, aviones. Se acabó el negocio para los lavadores, los que importan efedrina, los que producen pastillas, los “barras” que venden, el menudeo de cocaína, los que la estiran, la envenenan y usan los restos para el paco.
El Estado podría dedicar la recaudación de esos impuestos a educar y atender a los adictos. Y, también a pensar y desarrollar otra propuesta de “modelo de consumo” para los jóvenes que no les calme la sed de vivir sólo con subsidios. Un proyecto de aventura, de construcción, de inclusión, personal y social, en un país posible.
*Periodista.