Parte de la población está muy triste con el resultado electoral. Otra, contenta y esperanzada. Pero todos comparten la misma angustia frente a la compulsión a la repetición del fracaso económico, lo que el psiquiatra Roberto Harari llamaba “neurosis de destino” en su libro La repetición del fracaso. Invirtiendo la frase repetida durante la crisis de 2002 para dar ánimo a la población: “Argentina está condenada al éxito” por “estamos condenados al fracaso”, si ese fuera nuestro destino y nuestra forma de “no poder dejar de ser”. Poco importa si la nueva devaluación del dólar de 45 a 57 pesos y el espiralamiento de la inflación de 2 a 5% mensual es culpa de la impericia de Macri o del miedo a Fernández-Fernández, el fracaso es de ambos, revelando una y otra vez la identidad de los opuestos.
La falsa sensación de rejuvenicimiento conque nos engaña la repetición de volver a vivir lo ya vivido
La crisis en Argentina tiene un automatismo y, en el comportamiento regular hacia ella, un rasgo de conformación de lo que Harari llamaba el carácter, con su personal elección de modos de goces autodestructivos. Carácter como raíz, como envoltorio sólido, como dureza, como una armadura defensiva construida con energía afectiva. Tropezar siempre contra el mismo mueble no es una elección del mueble sobre nosotros, sino de nosotros sobre él.
Uno no es solo hijo de sus padres –decía Freud–, la filogenia se extiende también a la cultura y la sociedad, a los otros con los que nos constituimos en conjunto. Y cuando fracasamos, fracasamos todos, aun los que aparentemente ganan.
“Si alguien favorecido se abalanza descomedidamente hacia el usufructo de la buena fortuna, ella reacciona empujando al sujeto al infortunio”, sentenciaba la mitología de la diosa Tiqué (Fortuna) como forma del fracaso necesario para morigerar el exceso. El insoslayable tropiezo con lo mismo nunca es azaroso, la misteriosa fuerza del destino somos nosotros.
En la regresión y el eterno retorno de lo mismo hay cobardía y facilismo. Impotentizarse en la reiteración rutinaria y adormilante es nuestra decisión. Despertar de ella requiere pasión además de pensamientos menos aplicados a buscar originalidad en cómo se repite la repetición. Para no estancarse y “nacerse a sí mismo”.
Todos los políticos prometen cambio, ser lo nuevo, lo distinto. ¿Tiene el votante de Macri-Pichetto y el de Fernández-Fernández la convicción de que es así? ¿O se trata una y otra vez de recrear la antinomia nacionalismo-cosmopolitismo, representando la misma trama aunque con distintos protagonistas?
Hay que defenderse de la falsa sensación de rejuvenecimiento con la que nos engaña la repetición de volver a vivir lo ya vivido. En la repetición se expresa, en realidad, lo contrario porque toda cristalización impide la abreacción y estrangula el flujo de la vida.
Hay que hacer de la repetición algo nuevo y no irse degradando en copias sucesivas al infinito, para que la copia no se convierta en simulacro: Macri, simulacro de la generación del 80; el kirchnerismo, simulacro del 45, o ejemplos más actuales pero siempre fallidos.
Soren Kierkegaard, en su célebre libro La repetición, le asignó categoría religiosa. También para Lacan estaba vinculada al sistema mítico, es el significante de un sistema simbólico dentro del cual determinados elementos se repiten o retoman.
Para Platón, la repetición era reminiscencia. Para Heidegger, “la repetición es la imitación o, mejor, la réplica que hace el ser a su propio pasado. Al enfrentarse con su porvenir infinito, el ser rebota contra su pasado como ‘siendo sido’, el ser retrocede hacia sí mismo y se hace tradición de sí mismo”.
Para Unamuno, era “dirigirse a un eterno ayer”. La repetición “pide al pasado que vuelva íntegramente a él, recuperando todo bien perdido”.
Para Deleuze, “la repetición no cambia nada en el objeto que se repite, pero cambia algo en el sujeto que la contempla”. La repetición es, también, impensable sin diferencias porque siempre hay diferencias entre dos repeticiones.
Para Freud, en su texto Recordar, repetir y reelaborar, se repite en lugar de recordar: se reprime el recuerdo de lo doloroso, y eso “olvidado” regresa con más fuerza en acción.
Volver a escuchar hablar de internas irreconciliables dentro del peronismo, ahora entre albertistas y cristinitas. Que vuelva el fantasma de la hiperinflación o a mencionarse la creación de una Junta Nacional de Granos. Que los argentinos vuelvan a retirar sus depósitos en dólares de los bancos después de las PASO y se agoten las cajas de seguridad. Otra vez, que se vuelva a experimentar el fracaso de la economía de un gobierno no peronista: sea Alfonsín, De la Rúa o Macri. Que nuevamente el canto “vamos a volver” genere miedo y a la V de la victoria se la asocie con la V de la venganza. Que nuevamente haya personas que estén planeando irse a vivir al exterior como forma de autoexilio emocional, y Montevideo vuelva a ser una plaza inmobiliaria consultada por argentinos.
¿Por qué todos nuestros vecinos, no solo Chile, desde Bolivia hasta Paraguay, además de Perú, Colombia y Uruguay, crecieron mientras Argentina, en su repetición, involuciona?
Cuando la repetición se hace tan visible como obscena, también se crea la posibilidad de decir basta
Para Freud, la repetición no debía ser tratada “como un episodio histórico, sino como un poder actual”. Se preguntaba de dónde venía esa compulsión a la repetición y su persistencia en el individuo a pesar del sufrimiento que le producía. Terminó asociándola con la pulsión de muerte en su giro teórico al escribir Más allá del principio del placer. Pero advierte sobre “el espejismo de haber fracasado cuando en verdad se avanza en la línea correcta” porque también la cura empieza con una repetición y sus “empeoramientos necesarios”. “El vencimiento de la resistencia (al cambio verdadero) comienza con el acto de ponerla en evidencia: nada ha cambiado o, peor, la resistencia había cobrado más fuerza”, escribió Freud, “pero la cura se encontraba en su mayor progreso. Solo en el apogeo de la resistencia se descubren las mociones pulsionales reprimidas que la alimentan y de cuya existencia y poder el paciente (la sociedad en este caso) se convence en virtud de tales vivencias”. En otras palabras, cuando la repetición se hace tan visible como obscena, se crea la posibilidad de decir basta.
Gobierne Macri o Fernández el 10 de diciembre, oficialismo y oposición tendrán una representación parlamentaria importante. El efecto secundario de la polarización podría ser la concordia al ver cada uno que no podrá hacer desaparecer (uso la palabra simbólicamente pero con énfasis) al otro.