Sigue de ayer: Error político además de económico
Ahora María Eugenia Vidal no es tan linda, Macri es directamente un inepto, La Cámpora no es tan mala y Alberto Fernández es mucho mejor que Bolsonaro, Trump y el inglés Boris Johnson. Comentarios que sorprenden por provenir de quienes hace poco más de una semana tenían opiniones diferentes, fomentadas en gran medida por repetir que todo peronista era un ladrón y que con el kirchnerismo el único destino posible sería ser Venezuela. Pero la historia está llena de ejemplos similares. Cuando Napoleón se escapó de su prisión en la isla de Elba y llegó a la costa francesa, un 1º de marzo, el principal diario francés, El Constitucional, tituló: “El sanguinario ogro ha abandonado su guarida”. Cuando Napoleón ya había armado un ejército, tituló: “Bonaparte se encamina hacia París”. Tres días después: “Napoleón prosigue su avance triunfal”. Un día antes de su llegada a la capital, tituló: “Mañana hará su entrada en París el emperador”. Y el 20 de marzo, día de su ingreso: “Su Majestad Imperial ha llegado a la capital de sus Estados”. Esto sucedió en solo tres semanas en 1815; con la velocidad actual, una semana alcanza para convertir a un líder en un espectro y a lo opuesto en líder. O a aquello que era virtud, en defecto.
Además del Gobierno, un tercio del país sufre dolor existencial por el resultado de las PASO que hay que sanar
Y el Gobierno tendrá que hacer el duelo rápido, lo que no es fácil. Por eso, en todas las religiones hay ritos funerarios que cumplen una función tan antigua como la humanidad: hacer comprender, a quienes sufrieron una pérdida, que es irreversible. Ante lo irreparable todo doliente apela primero a la negación. Es lo que le sucede ahora al Gobierno, que aún declama que las elecciones serán las de octubre y todavía puede ganarle a la fórmula Fernández-Fernández. Sostienen que la clave no es negociar que Espert, Gómez Centurión o Lavagna los apoyen, porque esos votos recién serían necesarios en un ballottage. Ahora lo único que precisan es que Alberto Fernández pierda 4% de sus votos porque, al haber tenido 47%, con 4% menos quedaría por debajo del 45% que la ley electoral dispone para que no haya segunda vuelta. Tampoco necesitan que los 4 puntos que perdería Fernández fueran todos a Macri-Pichetto, pueden ir a Lavagna o hasta a Del Caño, lo único importante en primera vuelta es que el Frente de Todos saque menos del 45% con menos del 10% de diferencia del segundo.
Los operadores económicos anticiparon el lunes su votación de octubre y consideraron que Alberto Fernández es virtual presidente electo, haciendo que desde empresarios hasta periodistas que militaban por Macri fueran esta semana a rendirse a los pies de Alberto Fernández.
El duelo no solo lo tienen que hacer los candidatos de Juntos por el Cambio sino también sus votantes, ilusionados con las versiones de empate y hasta triunfo del oficialismo en las PASO, que hicieron que aumentaran bonos y acciones de empresas argentinas el viernes previo. Y quizás allí, en la distancia entre esas expectativas y la realidad, tampoco reflejada en todas las encuestas, que minimizaron la diferencia a favor de Alberto Fernández, esté el núcleo de la explicación del fracaso de estos cuatro años de Cambiemos.
Macri siempre se consideró a sí mismo como alguien predestinado al éxito, desde su nacimiento como primogénito del entonces hombre más rico de la Argentina, situación que se confirmó en sus logros en el fútbol y luego electorales en la Ciudad de Buenos Aires y a nivel nacional. Es difícil para alguien que siempre ganó imaginar su fracaso, y lo mismo para sus seguidores, que confiaban en su suerte y creían que podría también hacer exitosa la economía argentina. Un rey Midas moderno, aquel que todo lo que tocaba se convertía en oro. La “lluvia de dólares”, “el segundo semestre”, “los brotes verdes”, “lo peor ya pasó” y otras frases por el estilo son también resultado de la fe en la propia fortuna y de la credibilidad que le asignaron los demás, influidos por el mito de la infalibilidad.
Sería injusto ahora ensañarse solo con Macri por sus promesas incumplidas sin poner la corresponsabilidad en quienes creían en esa forma de rey Midas, entendiblemente esperanzados en salir de un crónico estancamiento. A mayor necesidad, mayor credulidad. En retrospectiva, vale recordar también la moraleja del rey Midas, quien habría muerto de hambre porque el oro no se puede comer.
Hoy muchos argentinos, aturdidos por un resultado que no imaginaban, sienten que perdieron cuatro años: “¿Hubiera sido mejor que ganara Daniel Scioli en 2015? ¿Hubiera sido peor la economía en estos cuatro años? ¿Hubiéramos llegado peor a este 2019?”. Y se identifican con otro personaje de la mitología griega: Sísifo, el condenado por los dioses a tener que volver a subir a la montaña la misma piedra, que una y otra vez vuelve a caer.
Llevará un tiempo procesar el duelo a quienes creyeron en el triunfo de Macri pero más tarde o más temprano volverán a creer en algún otro futuro mejor. Pero en el caso de Macri el proceso será muy traumático y la herida en su ego podría llegar a ser aniquiladora si el duelo no fuera posible. Aunque diferente, Elisa Carrió es otro ejemplo de dificultad para producir duelo: cada vez que subió a un escenario, el domingo en Parque Norte y el jueves en la reunión del CCK, transmitió una exaltación maníaca que excede el fervor de una oratoria de campaña.
Negación, enojo, dolor y aceptación con los pasos inevitables ante toda pérdida. Avanzar rápido reduce costos
La mejor colaboración que se le puede dar a quien sufrió una pérdida incalculable es ayudarlo a que la asuma y comience el proceso de duelo porque una alerta temprana contribuye al control de daños. La negación aumenta el dolor y prolonga las consecuencias negativas. Ni que hablar si la crisis económica derivara en una crisis social que terminara creando una ola antioficialista mayor que la de las PASO, y Macri tuviera que verse obligado elegir entre mejorar su gobernabilidad, sacrificar parte de los diputados que pueda obtener en las elecciones de octubre (quienes serán sus defensores en la oposición) y ayudar al triunfo de Horacio Rodríguez Larreta.
Por su propio bien –y el de todos–, el Presidente tiene que hacer rápido el duelo de su infalibilidad perdida para siempre. Puede emerger más sabio y quizá descubra que era el límite que su vida siempre buscó. Y los argentinos que votaron por él tienen que abandonar las posiciones fatalistas y depresivas sobre un país condenado a no tener futuro. La realidad a menudo nos sorprende, y no necesariamente para mal.