Tengo fiebre. Me duele la garganta. Tiemblo de frío. Y encima siento que todos los mosquitos invernales se están ensañando conmigo. Debería irme a casa y meterme en la cama, pero estoy en mi oficina, frente a la compu de mi escritorio, escribiendo mi columna política para PERFIL. Entra Moira, mi secretaria, con una bandeja donde hay una taza y una tetera.
—Te traje una aspirina y un té con limón –me dice–. Te va a hacer bien. Eso sí, tratá de que no te vean con el limón porque te van a acusar de macrista imperialista que le hacés el juego a Trump.
—¿Vos decís que debería importarme más Corea que los limones?
—No, eso sería más imperialista aún –responde Moira–. Así que no se te ocurra pasar por la avenida Carabobo a la altura de Parque Chacabuco.
—Pero los coreanos de Parque Chacabuco son todos de Corea del Sur.
—Con más razón, entonces. Imaginate si llega a caer en Carabobo un misil de Kim Jong-un…
—No creo que llegue hasta acá –opino.
—Nunca se sabe. Vos por las dudas tomate el té y tratá de descansar.
—¡Pero tengo que trabajar! –me quejo.
—Eso porque no tenés la suerte que tienen los laburantes de la planta de Techint en Campana.
—¿Te referís a los trabajadores despedidos?
—No, me refiero a los trabajadores que ahora van a poder tener tiempo de sobra para descansar.
—Pero los echaron…
—Es una forma de ver las cosas –afirma Moira–. Yo prefiero ver el lado positivo. Además, Techint abrió una planta en los Estados Unidos y el presidente Macri estuvo allí, visitando el nuevo emprendimiento argentino en el exterior. Seguro que en cualquier momento abren también una planta en Manaos.
—Pero ahora no sólo se quedaron sin laburo un montón de argentinos, sino que encima van a tener trabajo un montón de estadounidenses.
—¡No seas chauvinista, por favor! ¡Parecés Donald Trump! ¿Te pensás que sólo los argentinos tienen derecho a trabajar?
—No lo digo por eso. Pero cerrar una planta aquí y abrir otra en los Estados Unidos no me parece una muy buena medida para el país.
—¡Ahora parecés Gerardo Romano! –se enoja Moira.
—¡Dejá de etiquetarme! –ahora soy yo el que se enoja–. Me sacás permanentemente de contexto y armás un título arbitrario con cada cosa que digo.
—Ahora parecés Cristina, quejándote con mentiras porque te editan los zócalos en los canales de noticias.
—Tengo fiebre, estoy cansado, quiero quedarme encerrado en mi casa, y a veces te juro que me dan ganas de pegarle a alguien.
—¿No te digo? –insiste Moira–. ¡Parecés Cristina! Ahora sólo falta que justifiques una represión y condenes otra.
—¿Vos decís que hubo represión? –pregunto–. ¿Dónde?
—En ningún lado. Según Clarín, no hubo represión en el Congreso. Y según La Cámpora, no hubo represión en Santa Cruz.
—Se ve que los docentes deliran.
—O tal vez negar la represión sea una buena forma de empezar a cerrar la grieta –agrega Moira.
—Al menos en eso sí que hay consenso –observo.
—No sólo en eso –continúa Moira–. El consenso bien podría continuar con la propuesta de Esteban Bullrich para que vuelva la educación religiosa.
—¿Se puede elegir la religión? Porque si es así, yo a Trilce la anotaría para que la eduquen dentro de los preceptos de la Iglesia Maradoniana.
—Me parece que el ministro se refería a la Iglesia Católica.
—¿Y por qué decís que eso podría tener consenso? ¿Vos decís que la religión podría cerrar la grieta?
—¿Por qué no? –pregunta Moira–. Creo que entre un ministro del Opus Dei y una dirigencia opositora encolumnada detrás de un papa peronista se podría llegar a un buen acuerdo.
—¡Pero todo el progresismo kirchnerista puso el grito en el cielo con la propuesta de Bullrich!
—Sí, justamente, el grito en el cielo: es un buen comienzo –dice Moira–. Además, vos pensá: ¿con quién creés que va a priorizar un acuerdo Cristina? ¿Con el Papa o con Horacio González?
—Mmm… puede que tengas razón –admito.
—El problema es que el Gobierno está descuidando a los sectores más vulnerables.
—¿Te referís a los gremios que están haciendo huelga? ¿A los movimientos sociales que cortan las calles?
—No, me refiero a los jubilados –dice Moira.
—Es cierto, Macri había prometido el 82% móvil y no hizo ni media señal para llegar a algo parecido a eso.
—¡Hablo de algo mucho peor! –exclama Moira–. ¿Cómo les van a bloquear las páginas porno a los jubilados? ¡A los jubilados hay que dejarlos hacer lo que quieran!
—Es cierto, después de cierta edad ya no tiene sentido poner restricciones.
—Porno, alcohol, tabaco, drogas, grasas saturadas, Intratables… ¡lo que quieran!
Entra Carla en silencio, con cara de odio y sin decir una palabra se tira en uno de los sillones.
—Carla, estoy escribiendo mi columna, ¿me ayudás? –pregunto.
Carla sigue en silencio. No sé si va a explotar en un grito, si va a largarse a llorar o si todo eso junto.
—¿Estás enojada? –insisto.
—¡Tengo odio, rabia, bronca, impotencia! –grita, finalmente, con los ojos llenos de lágrimas–. ¡Eso me pasa! Y en cuanto a tu columna… ¡seguro que olvidaste el tema más importante!
—¿Cuál sería? –pregunto.
—¿Cuál sería, cuál sería? ¡Enterate, hubo 26 femicidios en 26 días!
—Ahora sólo falta que Lopérfido diga que fueron 12 –dice Moira, y Carla no le dice nada. Pienso que si yo le dijera eso me acuchillaría, pero me guardo los comentarios.
—Sólo en un mes, duplicamos la estadística del horror –continúa Carla–. ¿Y vos te preguntás cuál es el tema más importante? ¿Y vos te hacés llamar periodista?
—En eso tiene razón –agrega Moira, que sigue acotando cosas por las que yo sería llevado a la guillotina.
—Es que para la mayoría de los medios ése no es un tema relevante –trato de justificarme–. Y nos guste o no, yo trabajo con los temas que están en la agenda política de los medios.
—Claro, los mismos medios que fueron los primeros en descuartizar el cadáver de Araceli, cuando todavía no se sabía si ese cuerpo era realmente el suyo –sigue Carla, enfurecida–. Los mismos medios a los que no les importó buscar a una chica desaparecida, pero sí correr tras el morbo de la primicia sanguinaria.
—Me parece que, en cierto punto, la propuesta de Esteban Bullrich no es tan descabellada –agrega Moira.
—¿Estás tratando de justificar la educación religiosa?
—No, para nada, la educación religiosa sería un retroceso violento –concluye Moira–. Pero no estaría nada mal decretar como obligatoria la enseñanza antimachista. Eso sí, nada de reprimir a los docentes. Ni en Buenos Aires, ni en Santa Cruz, ni en ningún lado.