COLUMNISTAS

La revolución y sus consecuencias

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Leí dos libros notables que deberían ser parte de la formación de quienes se interesan por la ciencia política y la evolución social. Uno es Noticias de ninguna parte, de William Morris, publicado en 1890 y que Capitán Swing tradujo hace un par de años. Morris (1834-1896) fue un escritor y artista inglés preocupado por la opresión de sus contemporáneos y por la educación de los sectores populares, un marxista con inclinaciones estéticas a quien el capitalismo británico del siglo XIX ofendía tanto por la injusticia como por la fealdad que generaba.

En Noticias de ninguna parte, un luchador de izquierda londinense se despierta a mediados del siglo XXI y se encuentra con el paraíso comunista: una sociedad en la que no sólo se han abolido las clases sociales, la propiedad privada y la sumisión de las mujeres, sino también el gobierno, las escuelas, las cárceles y los ferrocarriles. Más aún, la gente trabaja porque quiere, luce hermosa, bien vestida, habita casas magníficas, come manjares y usa objetos bellamente decorados. El protagonista se entera de que se llegó a ese estado feliz después de una época reformista que nada solucionó y de una revolución y una guerra civil ocurridas a mediados del siglo XX, que destruyeron los medios de producción y los retrotrajeron hasta a una situación previa a la Revolución Industrial. El secreto del comunismo de Morris es ese paso atrás que permitió ver la inutilidad de la producción en serie y facilitó la vuelta al espíritu de la Edad Media, cuando el arte y la artesanía vinculaban a la humanidad con las cosas y la naturaleza sin la dictadura de las máquinas.

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En la contratapa de Noticias de ninguna parte se lee esta frase de mi amigo stalinista Constantino Bértolo: “Nada hay de ingenuo en esta novela, que nos recuerda que para salir de la derrota es tarea prioritaria construir otro horizonte”. En estos días, Bértolo anda muy entusiasmado redactando manifiestos revolucionarios y el libro de Morris resulta una buena coartada para que el futuro utópico le perdone los gulags y las hambrunas para así volver a generarlas.

Una respuesta mucho más seria está en el segundo libro, Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social, de Simone Weil (Trotta, 2015). Weil (1909-1943) fue un personaje único que se dejó morir de pena después de haber acompañado la causa revolucionaria y de vivir al lado de los obreros. Weil constata que la revolución comunista (rusa, ya que no inglesa) se adelantó treinta años a las predicciones de Morris, pero produjo una opresión peor: “Las fuerzas reales, a saber, la gran industria, la policía, el ejército y la burocracia, lejos de haber sido destruidas por la revolución, han conseguido gracias a ella un poder desconocido en los demás países”. La crítica de Weil no se detiene en los resultados del régimen soviético, sino que se pregunta por qué parece imposible que la humanidad vuelva a entenderse directamente con el mundo, del que lo separa la producción desaforada. Y advierte que los problemas se han vuelto tan complejos que el pensamiento no puede abarcarlos ni aplicar sus abstracciones para frenar las consecuencias del progreso. Esa sería la verdadera pregunta para politólogos y no cómo auxiliar a los demagogos para conseguir el poder y conservarlo.