—No, no estás– me dice Carla, mi asesora de imagen, sentada en uno de los sillones de mi oficina, en mi productora, con la vista clavada en su iPad.
—¿Estás segura? –le pregunto, algo molesto, bastante ansioso–. ¿Te fijaste bien?
—Segurísima –responde.
—Esperá que le pregunto a Moira, le dije que busque ella también. Antes de que pueda agarrar el teléfono para llamarla por el interno, entra Moira, mi secretaria.
—Llamaron de la empresa de radiotaxi que te lleva siempre –dice Moira–. Dijeron que tengas mucho cuidado con llamar a Uber, porque te van a tirar con un cenicero por la cabeza.
—Como le pasó a…
—… sí, a Huber –dice Moira.
—¡Pero si yo no llamé a nadie! –me quejo.
—Dicen de la empresa de radiotaxi que más te vale. Porque te están vigilando.
—¡No puede ser! –le grito a Carla–. ¿A vos te parece?
—¿Si me parece qué? –pregunta Carla sin sacar su mirada de su iPad–. ¿Y qué cosa no puede ser?
—No puede ser que los taxistas se pongan así. ¡Es una persecución!
—Yo diría que es una medida combativa –explica Carla muy tranquila–. Eso para los que decían que los
tacheros eran unos fachos.
—Hoy están cortando todas las calles de Buenos Aires.
—¡Son piqueteros al volante! –exclama Carla–.¡Se viene la revolución taximetrista! Moira va hacia la puerta, para seguir trabajando en la recepción.
—Esperá –le digo–. ¿Vos tenés idea si…?
—No encontré nada –me interrumpe.
—¿Estás segura? –insisto.
—Sí, ya me lo preguntaste unas veinte veces –responde Moira, algo fastidiada–. Y te dije que no encontré nada.
Moira se retira.
—Te lo dije –me dice Carla, que sigue concentrada en su iPad.
—Pero a mí me parece que debería estar…
—¡No, no estás! Convencete: no estás en los Panamá Papers.
—¿Ni siquiera una mención?
—¡Nada!
—¡No puede ser! Así nunca voy a lograr ser un periodista importante.
—Yo creo que deberías celebrar no tener cuentas ni sociedades offshore…
—Vos no entendés… ¡Me siento ninguneado! Hasta Flavia Palmiero tiene una sociedad llamada Green Wave.
—Eso porque deben haber asignado empresas a las conductoras de programas infantiles –me trata de tranquilizar Carla, que por primera vez levanta la vista y me mira a los ojos–. Seguro que si buscás bien, Laura Franco tiene una sociedad llamada Panam Big Plane, y Cecilia Carrizo otra llamada Little Candy.
—No me menciona Fariña en su declaración, no me mencionan en los Panamá Papers… ¡así nunca voy ser una estrella! ¡Yo quiero ser famoso!
—Yo creo que deberías celebrar que no quedaste involucrado en ningún escándalo judicial. ¡Imaginate si tenías que ir a declarar a Comodoro Py!
—Ojo que en una de ésas me convertía en un nuevo ídolo popular –le digo–. Imaginate si se armaba una marcha a mi favor. ¿Cuánta gente creés que podría haber juntado? ¿Cien mil? ¿Doscientos mil?
—Creo que menos –dice Carla–. Calculo que diez o quince…
—¿Diez mil o quince mil? No está nada mal…
—No, diez o quince personas. Vos sos de familia numerosa, ¿no?
—Eso porque está fallando mi comunicación –le digo–. Y vos, como mi asesora de imagen, deberías preocuparte más.
—¿Preocuparme por qué?
—Por hacerme una campaña para que la gente me siga. Algo así como “Vuelve Marchetti” o “Si lo tocan Marchetti, qué quilombo se va a armar”.
—¿Y vos de dónde volverías?
—No sé… de Parque Patricios, donde vivo…
—Mmm… de Parque Patricios a Comodoro Py… me da como poco épico…
—Está bien, pero Santa Cruz está en la Argentina y todo el mundo dice que Cristina volvió –digo–. Qué sé yo, vuelta de verdad fue la de Perón, que llegó de Madrid después de 17 años de exilio. Ir de El Calafate a Retiro después de cuatro meses tampoco me parece muy épico.
—Es cierto –asiente Carla–. Duró tan poco que no hubo tiempo ni para caniches, ni para que Pino Solanas filme una película con su legado político.
—¡Ni siquiera para una Isabel! –asiento.
—La única Isabel que apareció en el peronismo en los últimos tiempos fue Macedo –agrega Carla.
—Si es por eso, en los últimos tiempos el Frente para la Victoria sólo logró sumar una Victoria: Xipolitakis.
—Es muy raro todo –continúa Carla–. Siguen los despidos y los aumentos, pero acá de lo único que se sigue hablando es de la grieta.
—Los kirchneristas acusan al Gobierno de manejar la Justicia a su antojo –digo.
—¡O sea que el Gobierno fue quien volvió a poner en el escenario político a Cristina! Lo de siempre: el Gobierno sigue rascando el fondo de la olla del antikirchnerismo para ver si logra contener con eso la bronca por los aumentos.
—¿Y qué vendría a ser ahora el kirchnerismo? – pregunto–. ¿El Frente para la Victoria?
—Mmm… no sé –responde Carla–. Supongo que sí, aunque no me queda claro si se trata del FpV que votó a favor del acuerdo con los buitres o la convalidación del DNU que modifica los puntos más antimonopólicos de la Ley de Medios.
—¿O sea que traer a Cristina y agitar al kirchnerismo como fantasma podría ser una buena apuesta?
—Calculo que a quienes tienen al antikirchnerismo como principal capital político les viene bastante bien.
—¿Entonces deberíamos seguir hablando de la grieta?
—Por el momento, parece ser de lo único que se puede seguir hablando.
—¡Me aburre la grieta! –me quejo–. Para mí ya fue. Eso de hacernos los semiólogos y andar discutiendo los discursos de los medios me deprime mucho.
—Lo que quieras, pero el asunto rinde mucho –explica Carla–. Y en ese sentido el Gobierno está tomando el discurso del Che Guevara cuando decía “crear dos,tres, muchos Vietnam”.
—¿Vos estás loca?
—No, para nada. Lo que pasa es que en este caso sería “crear dos, tres, muchas Mercedes Ninci”. Y seguir echándole toda la culpa a La Cámpora, como hacía Cristina con Clarín.
—O sea que tenemos grieta para rato…
—¡Por supuesto! –exclama Carla–. ¡Es algo que les sirve a todos!
—¿Y los representantes de la grieta seguirían siendo Lanata y Víctor Hugo? –pregunto–. ¿O ahora cambiamos a Majul y Roberto Navarro?
—Nada que ver: la nueva grieta es entre La Rosadita y Panamá, entre la bóveda en Santa Cruz y la cuenta offshore.
—¡Pero vos estás hablando sólo de plata! –me quejo—. ¿Y qué pasa con la política?
—Ah, no sé, ni idea –responde Carla–, eso preguntáselo a Mercedes Ninci.