Dice un viejo proverbio chino: “No hay nada que el no hacer no haga”. Y ese “no hacer” se manifestó, en la Argentina de estos días, en tres dimensiones. La primera, vinculada con las inundaciones en la provincia de Buenos Aires. La segunda, relacionada con el cambio climático. La tercera, asociada al otro cambio climático, el de la economía global.
Empiezo por las inundaciones en Buenos Aires.
La Argentina de la década ganada intentó imponer un modelo basado en el crecimiento del consumo.
Incentivar el consumo desde el subsuelo de la salida de la crisis de 2002 era una alternativa. Sin embargo, una vez recuperada la “normalidad”, hubiera sido más razonable aprovechar el “regalo” del extraordinario escenario internacional para instrumentar un esquema más equilibrado, que permitiera un incremento de la inversión, en particular en bienes públicos de calidad, de manera de mejorar la productividad de la economía, ayudando al sector privado a poder convivir con mayores salarios y con la necesaria inserción internacional.
Por el contrario, casi la totalidad del explosivo aumento del gasto de estos años se destinó a subsidiar los precios de la energía y el transporte, estimulando el derroche, a contramano del mundo, y desalentando la producción. A regalar jubilaciones a quienes la necesitaban y a quienes no. Y a aumentar el empleo y los salarios públicos, también donde hacía falta y donde no.
A su vez, peleados financieramente con el mundo, tampoco se pudo recurrir, como se recomienda, a la deuda para financiar inversiones de largo plazo. En síntesis, récord de Estado, sin inversión pública. El corolario de este modelo, entonces, es un país “desinvertido” en general. Y las pocas inversiones públicas que se han hecho se decidieron sin prioridades, orientadas por el capitalismo de amigos, con sobrecostos escandalosos, bien al estilo “brasileño”, pero, por ahora, con jueces argentinos.
La segunda dimensión del “no hacer” se vincula con los problemas del cambio climático. Asumamos, por un momento, que los episodios vividos, en los últimos años, en la provincia de Buenos Aires, y otras regiones del país, son una consecuencia del cambio climático, y de modificaciones del “paisaje urbano”. En ese caso, si bien es cierto que no resulta razonable invertir para los momentos excepcionales, no es menos cierto que, precisamente, el cambio climático irá convirtiendo las excepciones en moneda corriente. Como en otros temas, los datos del pasado ya no sirven para planificar obras públicas para el futuro. Más cuando muchas de esas obras se planificaron hace décadas. En ese sentido, un Estado que no considera este nuevo escenario, que no está preparado para las emergencias, y que no modifica prioridades en función de la nueva realidad, es un Estado que “no hace”.
La tercera dimensión del “no hacer” se relaciona, como mencioné, con el otro “cambio climático”, el de la economía global. Ya hace rato que el viento de cola dejó de soplar con fuerza, y ahora se ha puesto claramente en contra. El dólar se fortaleció. Los precios de las commodities están en sus mínimos en años. Brasil está en crisis, y China ha dejado entrar “más mercado” a su política cambiaria, devaluando su moneda.
Todos los países del planeta están “haciendo” frente a esta nueva realidad. Menos la Argentina, que, en un contexto preelectoral en donde el oficialismo viene ganando, prefiere hacer la plancha. Pero lo cierto es que, si quisiera hacer otra cosa, tendría que girar 180 grados.
En efecto, el Banco Central ha sido vaciado, literalmente y como instrumento de política. No puede hacer política monetaria, porque tiene que subordinar la emisión a las necesidades de financiamiento del déficit fiscal. Y no puede hacer política cambiaria, porque sin reservas y sin programa fiscal, la política cambiaria es repetir el desastre de enero de 2014.
En este contexto, entonces, frente al cambio climático de la economía global, somos un barco a la deriva rumbo a los acantilados, esperando que los pasajeros elijan un nuevo capitán, para que dé las órdenes.
Los tiempos electorales no se pueden acelerar, y por suerte la costa está lejos, y el viento sopla en contra pero no es un huracán.
Sin embargo, quien tome el timón en diciembre tendrá que trabajar rápido. El descalabro macro es tal, que aun el gradualismo tendrá que ser de shock.