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La seriedad

Tienen su encanto esos viejos tratados sobre temas medio filosóficos medio estrambóticos: Sobre la rectitud; Acerca de la generosidad; Estudio del carácter del hombre público, y así por el estilo. ¿Por qué ya no se escriben ni se publican, eh? ¿Por qué ya no nos dan consejos para ser rectos y generosas y sobre todo para saber por qué somos como somos? O tal vez yo sea muy poco culta y no me haya leído todo pero todo lo que veo en las librerías y en las bibliotecas.

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Tienen su encanto esos viejos tratados sobre temas medio filosóficos medio estrambóticos: Sobre la rectitud; Acerca de la generosidad; Estudio del carácter del hombre público, y así por el estilo. ¿Por qué ya no se escriben ni se publican, eh? ¿Por qué ya no nos dan consejos para ser rectos y generosas y sobre todo para saber por qué somos como somos? O tal vez yo sea muy poco culta y no me haya leído todo pero todo lo que veo en las librerías y en las bibliotecas. No, bueno, ya sé que no me va a alcanzar el tiempo pero por lo menos podría estar haciendo el esfuerzo, digo, me parece. O tal vez tendría que ponerme a escribir yo uno de esos tratados solemnes, asertivos y aseverativos.
Creo que mis modestas cualidades intelectuales no me dan para tanto. Podría hacer la prueba, cierto, pero sospecho que la cosa no me saldría bien. No tendría mi tratado, ni la fuerza ni la autoridad que movía a las gentes años a asentir con la cabeza de arriba para abajo y de nuevo para arriba, demostrando así que estaba completamente de acuerdo con el autor o la autora (generalmente autor porque pienso en esos tiempos en los que las señoras sólo escribían consejos edulcorados a sus vástagos y sobre todo a sus vástagas). En caso de animarme, escribiría un tratado Sobre la seriedad. Sí, creo que eso sería lo adecuado. La seriedad, valga la redundancia, es una cosa muy seria. Yo creo que hay que practicarla día a día hasta que nos salga bien y siempre en relación con los aspectos más encumbrados de la vida, aunque hay que ver que con los pequeños actos domésticos también se puede (y quizá se debe) ser seriamente serio o seria. Mi tratado tendría un prólogo más aburrido que bailar con el hermano, en el que se pondría por las nubes mi idoneidad para escribir sobre el tema y se diría que en adelante nadie podría escribir sobre la seriedad sin consultar MI tratado. Qué bueno.
Después vendría la dedicatoria, que no diría familiarmente “al Goro” como suelo poner en mis libros frívolos, sino “A mi amado esposo”, como corresponde. Y un acápite, que diría que sin la seriedad no se puede vivir la vida plena, firmado por algún griego presocrático o un árabe del siglo XII a quien sólo Jorge Luis Borges leyó. Y entonces los capítulos: “La seriedad como virtud”; “¿Ser o devenir serio?”; “Los hijos: espejo de la seriedad de sus progenitores”; “La seriedad en la educación”; “La seriedad en las profesiones”; “Morir seriamente”, ay no, no, eso no: más vale “La seriedad en los postreros momentos”. Y en un apéndice aparte: “La seriedad en la risa”. A ver quién se anima, que yo, no.