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La tertulia desinterrumpida

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La identidad argentina, o su búsqueda, está de moda. Serán los ecos pasajeros de festejos de dos bicentenarios algo diferentes, tal como son recogidos por la historia inmediata, o será su Dorian Gray: los diarios, las crónicas, la literatura tuit de bolsillo. 

Por vez primera, ahora sí, ya que no en 2009, es posible inmiscuirse de lleno en la Tertulia, quizás el más intenso, desaforado y elocuente campo de batalla cultural que hayan atestiguado mis ojos en lo breve que es la vida. 

Cuando el músico Nicolás Varchausky y el artista visual Eduardo Molinari concibieron Tertulia, durante el V Festival Internacional de Buenos Aires, no lo hicieron pensando en la herida sangrante que iba a reabrir la pieza, sino obedeciendo mansa y dócilmente (que a veces también los artistas hacen eso) a una consigna vulgar y repetida: el proyecto Cruces proponía emplazar obras en espacios que no fueran teatros. Molinari y Varchausky eligieron el Cementerio de la Recoleta, que sí, ajá, es un espacio que financia la Ciudad. Un recorrido nocturno era acompañado por sonidos (conversaciones de los muertos), imágenes (representaciones del pasado simbólico) e ideas (la superposición de todo lo anterior). Pero un grupo de vecinos autodenominados “notables” acudieron a la Justicia. Les dieron voz La Nación, Mariano Grondona y sus secuaces, en sucesivos editoriales que hoy –todos juntos– llaman a la risa y al espanto renovado. Pero también los otros diarios, ora a favor de la censura, ora en su contra, que distorsionaron, omitieron, editaron, facetaron, insuflaron, redujeron, escamotearon esta tertulia entre muertos y vivientes y cargaron de insospechado sentido a la experiencia. Los jueces surfearon en las hilarantes definiciones de La Nación (“show de luz y sonido”, “farándula candombera a costa de los muertos” y también “espectáculo” y “teatro”, dándoles a estos términos su carga negativa) y el espectáculo fue censurado. Creo que es el único caso de censura previa en la Argentina en democracia, pero pocos estamos al tanto del suceso. Pasó hace tan poco que parecía haber caído en el olvido. Y una obra de hace diez años no es ni clásica ni novedosa.

La Universidad de Quilmes ha decidido honrar con creces esta historia y en una publicación de lujo incluye los materiales de la obra, los links a los sonidos que la urdieron y los análisis exquisitos de –entre otros– Laura Gerscovich, el Zambullista, Cristian Forte, Julián D’Angiolillo o Griselda Soriano sobre una pátina de melancolía, de ira desvencijada, de creatividad furiosa y de zozobra. El ejército “notable” (léase en inglés: notable) adujo que el cementerio era un lugar sagrado (particular atención al debate judicial sobre a quién pertenece la tierra en que descansan los muertos notables, si es que descansan) y los jueces prohibieron la obra justo antes de su estreno, y solicitaron a los artistas que presentaran pruebas de sus buenas intenciones. ¿Pueden hacer esto los artistas sin perder su condición? Está bien que se los desprecie y se los condene por su arte; lo penoso es que se los desnaturalice judicialmente. No obstante, los artistas se desnaturalizaron y presentaron en conferencia de prensa unos minutos de la obra, agitaron sus nobles intenciones, ejemplificaron con los discursos de Roca superpuestos a los cantos mapuches de la etnia por él aniquilada y a los pregones de los vendedores ambulantes del tren que va al sur y que lleva su nombre ampuloso. 

El entonces Ministro de Cultura, Gustavo López, nos comentó que el fallo rezaba que los muertos esperan en paz el Juicio Final y que si ocurría en las dos horas que duraría la Tertulia, sus almas jamás irían al cielo. En esta fantasía animada nos vimos privados de la obra. Semanas después del FIBA, el fallo fue superado  legalmente; la obra se hizo una sola noche para unas mil almas vivas. Pero queda registrada en este libro. Una ocasión enorme para las preguntas que los autores formularon de una vez y para siempre: “¿De quiénes son ‘nuestros muertos’? ¿De quiénes hay que resguardar la historia? ¿Respetar es callar? ¿El respeto es sólo silencio? ¿Puede un historiador no dialogar con los muertos? ¿Preservar el sitio histórico es cerrarlo?”.