“Si un defensor del gobierno ocasionara lesiones a un enemigo combatiente durante un interrogatorio de forma que estaría discutiblemente violando una prohibición criminal, lo estaría haciendo para evitar nuevos ataques a los Estados Unidos por la red terrorista Al Qaeda.”
Informe secreto, John Yoo.
Corría el año 2003 y el Departamento de Justicia de Estados Unidos enviaba al Pentágono un informe secreto de 81 páginas. El documento estaba firmado por John Yoo y provocó un sismo en la diplomacia norteamericana. El memo sostenía que en tiempos de guerra, numerosas leyes y tratados que prohíben la tortura y los tratos inhumanos, crueles y degradantes no podían ser aplicables a los interrogadores norteamericanos en tierra extranjera.
Inflamado con la promisoria línea argumentativa, Yoo añadió que sólo sería ilegal la conducta de quien produjera en el interrogado un “shock en la conciencia” inspirado por la malicia o el sadismo de sus inquisidores. Según este profesor de leyes de la Universidad de California desde 1993 –donde todos los años los alumnos exigen su renuncia–, es posible sumergir la cabeza de un prisionero en agua para hacerle creer que está por morir. También golpearlo, aplicar violentamente las palmas de las manos sobre sus oídos o zamarrearlo hasta hacerlo rebotar entre cuatro paredes.
La metodología había sido aprobada por el presidente de Estados Unidos, según se supo luego de la presentación del libro Decisions Points, una autobiografía publicada por George W. Bush a fines de 2010. En ese ensayo se reconoció que el uso del “submarino” aplicado a los detenidos de Estados Unidos era justificable porque “permite salvar vidas”.
La técnica, conocida como waterboarding, consiste en colocar una funda plástica en la cabeza del detenido hasta que su propia respiración lo ahoga, o sumergirlo en agua fría hasta segundos antes de que pierda el conocimiento.
Scott Silliman, un ex abogado de la Fuerza Aérea especializado en leyes, ética y seguridad nacional, sostuvo que el memo Yoo ayudó a construir una cultura que, en ausencia de liderazgo de los rangos mayores del Pentágono, permitió los abusos en los que incurrió el ejército nortemericano en las cárceles de Abu Ghraib, Irak, y Guantánamo, Cuba.
Siendo candidato presidencial, Barack Obama juró que durante su gobierno nunca se aplicaría tortura. “La administración de Bush es responsable de la más desastrosa estrategia de política exterior en la historia reciente de Estados Unidos”, dijo Obama antes de llegar a la Casa Blanca.
Pero el debate sobre la utilización de la tortura volvió con fuerza, cuando se supo que la información sobre el lugar en el que se escondía Osama bin Laden llegó luego de apremios ilegales a los detenidos en Guantánamo. El mismo Bush está orgulloso.
“Obama debe pedirle perdón a Bush y a la CIA. Y debe anular su decisión de frenar los interrogatorios”, lanzó el propio Yoo.
Obama prometió un cambio. Pero esta semana se vistió de Bush.