Su primera acción independiente fue en febrero de 1960, cuando llegó a la Argentina el presidente de los Estados Unidos, Dwight Eisenhower, en gira por Sudamérica. Había arribado en un crucero de guerra y traía una banda militar que, entre otras actividades, fue a dar un concierto a la plaza de Lomas de Zamora. La noche anterior, Jorge Borean y otro compañero, estudiante de Derecho, pintaron consignas de repudio como Yankee go home y “Fuera Ike” (el apodo de Eisenhower), en la fachada de la municipalidad y en la iglesia. Los grafitis, firmados por MIR-Praxis, estaban hechos con brea y aceite quemado, de modo que los ordenanzas se volvieron locos tratando, en vano, de taparlos con pintura blanca, porque al rato volvían a aparecer. El episodio llegó a ser reflejado en algunos medios, y ellos sintieron que tocaban el cielo con las manos: habían producido, por sí mismos, un hecho de resonancia pública.
Pocos meses después, durante el invierno de ese año, se dedicaron a apoyar con todo su espíritu de cuerpo la huelga del Frigorífico Monte Grande que, si bien estuvo lejos de la repercusión obtenida en la del Lisandro de la Torre, movilizó a una cantidad nada desdeñable de mil trabajadores. Fue un trabajo que asumieron exclusivamente los cinco militantes del pequeño “núcleo duro”, dejando de lado al resto de sus compañeros de célula. Ellos cinco distribuían en la puerta el diario Revolución, del MIR-Praxis, aunque se daban cuenta de que “era demasiado intelectual para los obreros, que además eran peronistas”. También hicieron una colecta entre todos los comerciantes de la zona, a quienes les pidieron alimentos o plata para los huelguistas, y llevaron lo recaudado a la sede del Sindicato de la Carne de Monte Grande. Se metieron en todas las discusiones y Jorge Borean, de apenas 20 años, gracias a la constancia de pasarse buena parte de su tiempo en la planta, llegó a hablar en varias asambleas. “Al final, la huelga fracasó porque la vendieron los burócratas. Pero fue una experiencia importante: nos dimos cuenta, definitivamente, del abismo que había entre Praxis y la clase obrera. Además, consolidó nuestro grupo”, cuenta Borean.
El siguiente paso, madurado durante todo ese año, fue canalizar lo que habían aprendido en una militancia verdaderamente revolucionaria, lejos del intelectualismo inofensivo de Praxis y cerca de la acción directa. Empezaron por crear su propia publicación, fogosa y escrita en un lenguaje accesible; una revista mimeografiada y casi artesanal que se denominó Llamarada y duró apenas cinco números. Este momento de su propia evolución política coincidía con una oleada de revueltas en todo el planeta: levantamientos contra los restos del poder colonial, desde Kenia hasta Indonesia, pero, especialmente, con los ejemplos de Argelia, donde el Frente de Liberación Nacional (FLN) estaba a punto de poner fin al dominio francés, y el de Vietnam, donde las guerrillas al mando del general Giap ya habían derrotado a los galos en la épica batalla de Dien Bien Phu. También estaba, obviamente, la Revolución Cubana, encabezada por Fidel Castro y con Ernesto “Che” Guevara entre sus líderes, quienes, con su estrategia inédita de guerrilla rural, habían tomado el poder el primer día de 1959; pero que en su inicio a ellos les generó más dudas que certezas. “Creíamos que eran la versión caribeña de la Revolución Libertadora, porque los habían apoyado los yanquis. Recién cuando empezaron con la reforma agraria nos dimos cuenta de que la cosa iba en serio”, cuenta Cibelli. Más tarde, la importancia del ejemplo cubano consistió en forzar para que, en numerosos círculos, se empezara a cuestionar la rígida estrategia insurreccional adoptada por casi todas las izquierdas de inspiración marxista leninista, según las cuales el derrumbe del régimen capitalista y burgués era inevitable porque se trataba de una necesidad histórica; los revolucionarios debían tener paciencia y esperar que las condiciones estuvieran maduras para asumir el liderazgo de las masas en la toma efectiva del poder cuando el pueblo estuviera alzado. En cambio, la concepción “foquista”, patentada por los cubanos, y que pocos años más tarde se difundió por toda América latina, implicaba cumplir un rol más activo: el propio accionar armado, a través de sus victorias parciales y su ejemplo heroico, debía tener el efecto de sumar el pueblo a la lucha, tal como, según se decía, había ocurrido con los rebeldes de la Sierra Maestra: “No siempre hay que esperar que se den todas las condiciones para la revolución; el foco puede crearlas”, estableció el Che.
En principio, los “Cinco de Lomas”, que ya vislumbraban la creación de su propia organización revolucionaria, se mantuvieron fieles a la línea insurreccional pura. No obstante, tomaron distancia respecto del PC en lo que hacía a su caracterización de la Argentina como una semicolonia que necesitaba una revolución burguesa: para ellos era un país plenamente capitalista que contaba con una masa enorme de asalariados y estaba listo para una revolución proletaria. Por otra parte, aunque siempre negaron toda relación con el modelo cubano, es indudable que éste –más que las tesis foquistas propiamente dichas– los influyó en el sentido de hacerles vislumbrar la lucha armada como una alternativa de acción que evitaba la construcción política paciente y sistemática de años o décadas, es decir, un atajo hacia la revolución. De todas maneras, eran conscientes de que eso debía combinarse con el trabajo en el seno de la clase obrera, tal como lo venían haciendo. Así empezaron a realizar sus primeras y muy limitadas rutinas de entrenamiento militar en la laguna Vitel, un pequeño brazo de la laguna de Chascomús. En realidad, la formación de “aparatos armados” destinados a proteger a los militantes era una práctica habitual de casi todos los partidos de izquierda, e incluso Silvio Frondizi solía prestar un campo de su familia para realizar prácticas similares. Al mismo tiempo, liderados incialmente por Pousadela, que tenía una formación teórico-política más sólida que el resto, y por Villa, hiperactivo y con gran ascendiente, a mediados de 1960 decidieron cortar definitivamente sus lazos con el MIR-Praxis. “No hubo una ruptura drástica, porque tampoco queríamos llamar la atención ni anunciar nuestras intenciones a los cuatro vientos. Les avisamos a algunos de nuestros responsables que nos íbamos y listo”, cuenta Borean. Tarcus afirma en su biografía que, justo en ese momento, Silvio Frondizi dio la orden a sus militantes de replegarse a causa de la persecución que sufrían las izquierdas desde la vigencia del Plan Conintes, y por eso suspendió todas las actividades de Praxis hasta el año siguiente. Tal vez, esa coyuntura ayudó para que la partida de los Cinco resultara inadvertida. El siguiente paso fue desprenderse del resto de sus compañeros de célula –varios de los cuales ya habían “aflojado” su militancia–, y lo hicieron del mismo modo que miles de revolucionarios en los siguientes diez años: simulando que se retiraban de la militancia porque habían “sentado cabeza” y abandonado las utopías juveniles. Ya libres de toda atadura con el pasado, y convencidos de que los partidos de izquierda con actuación pública estaban infiltrados por la Policía, decidieron que su nueva organización debía ser secreta, conocida sólo por sus propios miembros y sin otro nombre que el genérico “la Organización”. De allí que, si bien pensaban actuar en los distintos frentes de masas, se plantearon hacerlo siempre como militantes independientes, sin filiación conocida. Sería interesante analizar hasta qué punto, en estas maquinaciones, se mezclaban algunas lecturas de la adolescencia, como Los demonios, de Dostoievski, cuyo relato de una organización secreta y anónima integrada por conspiradores camuflados en la vida pública aparece como una referencia ineludible. Pero, además, así se alejaban definitivamente de la concepción foquista: el foco busca iluminar con su ejemplo para que las masas se le sumen, mientras que ellos decidieron pasar absolutamente inadvertidos y reclutar a sus militantes en forma secreta y personalizada. Por otra parte, el foco no se instala en los lugares de trabajo urbanos para militar en el día a día –como sí lo hacían ellos–, sino que busca que los obreros abandonen la fábrica para subir al monte o internarse en la selva. Pero hay otro punto en el que vale la pena detenerse un instante. Años más tarde, desde ciertas usinas ideológicas se intentó difundir la idea de que los “subversivos” eran individuos frustrados y resentidos que culpaban a la sociedad por su fracaso personal y buscaban vengarse de ella. Nada de eso puede aplicarse en este caso: Pousadela era el profesor más querido del colegio; Borean y Pérez habían sido elegidos delegados en sus respectivos colegios, votados por centenares de estudiantes que los consideraron los más aptos para representarlos; Cibelli también era delegado en su banco, a pesar de su escasa antigüedad, y Villa, aunque sin antecedentes en frentes de masas, se convirtió en líder indiscutido por mérito propio. En suma, los Cinco eran los que descollaban en sus respectivos ámbitos, no los marginados. Aunque Cibelli prefiere verlo con ironía crítica: “Eramos cinco pibes de 20 años promedio, no teníamos ni la menor idea de nada y decidimos que íbamos a hacer la Revolución”. Y se ríe con una carcajada ruidosa.
*Periodista.