Los laberintos del sistema representativo, han mostrado que las estructuras institucionales tienen una rigidez y lentitud en sus engranajes, y ante dicha inflexibilidad generan pequeños (o grandes) colapsos cuando no pueden dar respuesta a las demandas ciudadanas. Podemos graficar estas líneas con solo observar la región, donde más allá de las particularidades de la situación de Chile, Bolivia, Ecuador, Venezuela o Colombia, el común denominador es la crisis del sistema de representación y la obturación de los canales formales de diálogo, o peor aún, la distancia entre quienes deciden los destinos de sus Estados, y los ciudadanos que no se sienten representados.
A priori, pareciera que a las élites gobernantes les cuesta entender las coyunturas político-económicas y sociales de sus sociedades, y que a las lecturas limitadas o sesgadas se le suma la poca capacidad y lentitud en la respuesta, generando un cuello de botella en lo que el politólogo David Easton llamó la caja negra (donde ingresan las demandas o inputs, y el resultado son las respuestas u outputs que el Gobierno emite, como las políticas públicas). A partir de las tensiones intrasocietales que en la cúspide terminan en violencia institucional, parece interesante el concepto que pone el foco en la faceta deliberativa de la democracia, simplemente porque las decisiones que surgen del consenso y la participación, conllevan también legitimidad. Velasco afirmaba que la democracia deliberativa busca complementar a la representativa mediante la adopción de un procedimiento colectivo de toma de decisiones, incluyendo la participación activa y discusión pública de las propuestas.
Todo este panorama y complejo escenario nos lleva a (re)pensar el significado de la democracia, sus actores, sus recursos y su materialización, la política de las causas a partir de resignificar identidades en el presente, y una arista de la democracia que es no solo participativa sino deliberativa, una demanda ciudadana de ser partícipe en las decisiones del Gobierno, que también ha mostrado ser consciente de su visibilidad cuando encuentra nuevos canales de expresión. Muchos temas actuales de agenda, por ejemplo en materia de género, son producto de una ciudadanía activa y expresiva.
Al parecer el sistema de representación aun con sus características propias busca la alternancia en el poder, en una calesita donde se cuestiona la legitimidad de los gobiernos llegando a plasmar esta alternancia de manera no democrática, como sucede en Bolivia, quien atraviesa una crisis político-institucional producto de un Golpe de Estado. Otro elemento que suma gran preocupación es el estallido de los brotes de violencia, transversal a Chile, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Colombia y México, lo que evidencia que el ascenso del descontento popular ha forjado nuevos actores y movimientos sociales, por otro lado también es cuestionable (y repudiable) el rol de las fuerzas de seguridad.
Al margen del análisis sobre niveles de democracia, surgen otros interrogantes sobre los actores, ¿en qué etapa se encuentra la sociedad?, una ciudadanía en su niñez ¿busca un gobierno paternalista?, una ciudadanía adolescente con rasgos de rebeldía que quiere ser partícipe y artífice, ¿busca un gobierno con canales de diálogo y escucha?, o una ciudadanía adulta emancipada ¿busca un gobierno de tinte más liberal sin intromisión?, lo cierto es que detrás de estas preguntas se observa la tensión que generan las distintas cosmovisiones sobre el destino de nuestros países, es decir, pujas entre modelos y proyectos ideológicos diferentes.
Por el momento Argentina camina hacia una transición (aún con tensión), pero con relativa calma. Esperemos que no sea como reza la canción, la calma que antecede al huracán.
*Politóloga.
Especialista en Comunicación Política. (@barbaritelp)