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deseo y realidad

Las coincidencias con Trump

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Presidente. Lamenta la pérdida del papel hegemónico de su país. | cedoc

La globalización de los últimos cuarenta años, empujada por el desarrollo tecnológico y el transporte, está siendo cuestionada por la crisis del Covid-19. Muchos sostienen que el proceso de relocalización industrial que permitió el crecimiento de Asia, y en especial de China, sufrirá un retroceso y los países volverán a practicar el proteccionismo y la autosuficiencia. Los países en desarrollo durante esos años mejoraron su nivel de vida con un importante crecimiento de las clases medias, incrementaron su participación en el comercio internacional y transformaron el escenario mundial al cuestionar la hegemonía de los Estados Unidos.

La transformación de Asia en la fábrica del mundo y la reducción de los aranceles posibilitaron a esos países la acumulación de saldos comerciales para sostener su crecimiento económico. La ausencia de tecnología nacional impulsó el envío de miles de estudiantes a las mejores universidades de los Estados Unidos y Europa para aprovechar la política abierta de difusión del conocimiento implementada en esos países. China e India constituyen ejemplos pero también Corea y Taiwán.

La vuelta atrás de la globalización pareciera más un deseo que un producto de la realidad. Las empresas multinacionales difícilmente retrocedan porque los mercados asiáticos son ahora una oportunidad para el desarrollo de sus negocios. Los mercados domésticos significan hoy una parte importante de las operaciones que acrecienta la rentabilidad de las multinacionales. Si bien al principio la relocalización tuvo el propósito de aprovechar los menores costos para exportar hacia los países desarrollados, en esta etapa la demanda interna constituye un incentivo para desalentar los cambios. Es posible que haya descentralización dentro de la misma región favoreciendo a Vietnam, Indonesia y Bangladesh.

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La izquierda ya comenzó a festejar la ruptura de la globalización y el regreso a las políticas proteccionistas. Todo aquello que haya sido producto de la expansión del capitalismo en los últimos cuarenta años, aunque haya involucrado la incorporación de los países asiáticos y Europa oriental, es bastardeado por no responder a los clichés ideológicos. La izquierda coincide con los argumentos de Donald Trump contra la globalización. El presidente Trump no cesa de lamentar los daños por la deslocalización industrial y la pérdida del papel hegemónico de los Estados Unidos: para atraer inversiones aumentó los aranceles y redujo impuestos. Todos sus discursos apuntan contra los países en desarrollo que se aprovecharon de la “debilidad de las administraciones anteriores” para crecer y acumular reservas. Trump suele repetir que los Estados Unidos perdieron 4 millones de puestos en la industria mientras, al mismo tiempo, pre Covid-19, se jactaba de una tasa de desempleo récord del 3,3%.

Este tipo de análisis encuentra siempre un eco favorable. El argumento recurrente es la experiencia de los países hoy desarrollados de proteger sus industrias en los estadios iniciales como si las condiciones del mundo del siglo pasado no hubieran cambiado con la formación de un mercado global, las cadenas de valor y el avance de nuevas tecnologías que otros países han aprovechado para salir del subdesarrollo. Cuando todavía no han sido absorbidos los efectos de la revolución informática, electrónica y biológíca, el mundo ya enfrenta los desafíos de la revolución 4.0, que tendrá un impacto decisivo sobre las formas de producir y el empleo. La crisis del Covid-19 y la reducción de las tasas de interés a nivel mundial acelerarán las inversiones en bienes de capital y el avance en la utilización de nuevas tecnologías con un impacto negativo sobre los niveles de empleo, y en especial el no calificado.

La Argentina tendrá que hacer maravillas para no dejar pasar este proceso. La idealización de la política proteccionista de Trump solo ignora dos detalles: allí están las empresas tecnológicas y la Fed; aquí, el Banco Central.

*Diplomático.