COLUMNISTAS

Las cuotas de 2001

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El 2001 no terminó. Quien creyó que con  el par de años de  “tasas chinas”, ya estaba, se equivocó.
Parafraseando a Roberto Lavagna, hay “ un 2001 en cuotas” en lo institucional. Y esa crisis se sigue pagando.
Con la implosión de los partidos políticos tradicionales, más que el “que se vayan todos”, que nunca ocurrió, desaparecieron referencias y cedieron diques de contención. Si hasta hubo elecciones sin boletas que dijeran PJ o UCR.
Entre los escombros de esa crisis nació una pretendida división entre los  “políticos que disfrutan el poder y los que lo sufren”. Luego, esa máxima sin cuestionamientos se usó como legitimadora de personalismos voraces y desparramó una dosis de cinismo que bajó de los dirigentes a la militancia: lo que en cualquier época hubiera sido intolerable terminó en el eufemismo de la jugada  estratégica o bajo el  paraguas de “así se hace política”. Ese paradigma dio aire a muchos que surgieron críticos de “la vieja política” no por querer terminar con sus vicios sino para ser ellos los beneficiarios.
Hoy la Argentina tiene a hijos no reconocidos de  esa violación institucional. Primero, Borocotó fue escándalo y adjetivo descalificativo. Después, con los radicales K y otros  panquequismos  las voces horrorizadas  se alzaron más tenues y hoy las especulaciones de pases están naturalizadas al extremo.
Ahí estaba ayer nomás el kirchnerismo abrazándose a Menem por un voto en el Congreso y Lilita Carrió dándole coartada de civilidad a la foto con Macri. Y había más.
Seguramente cuando hace meses se escribía la biografía de De la Sota, estaba muy lejos de anunciar  junto a Sergio Massa su acuerdo para compartir y competir en un mismo espacio en las PASO. Y aún más lejos de imaginar que eso ocurriría al mismo tiempo de la presentacion del libro en el que el gobernador cordobés  dedica un capítulo a destrozar políticamente a... Massa.
El Frente para la Victoria busca recuperar terreno después del mal PASO porteño de Mariano Recalde  y elige como compañero de fórmula a un radical (Leandro Santoro) quien se había dedicado vía Twitter a calificar a todo el kirchnerismo desde chorros para arriba. Para peor, el propio elegido dice que sólo se trató de un caso de gatillo fácil virtual y... cuenta saldada.
Darío Giustozzi, una suerte de “Malena Galmarini política” de Sergio Massa decide romper ese matrimonio y en simultáneo le hace mohines al kirchnerismo que en parte se apura a abrirle los brazos, mientras otro Massa boy, el intendente Jesús Cariglino, busca saltar también el alambrado del Frente Renovador pero negocia su incorporación al PRO. Antes, claro, criticaban a Insaurralde por andar coquetando a dos puntas durante un año y medio, a pesar de que en 2013 el propio Massa y Scioli recién sobre la hora abortaron la idea de ir juntos.
Mientras, una gran parte de la sociedad se deja empujar a uno y otro lado de “la grieta”, se fanatiza con unos, crucifica a otros, enceguece argumentos y escucha como una y otra vez le siguen diciendo que tiene el poder en sus manos. Si en lugar de censo algún día fuera posible hacer una gran ecografía nacional, se descubriría que la panza argentina está llena de sapos.