El contenido de las ideas con las que los diferentes candidatos construyen sus mensajes influye en el grado de adhesión que reciben. Cuando esas ideas son percibidas como incidiendo fuertemente sobre las condiciones materiales de vida de las mayorías, los candidatos que las plantean aumentan sus posibilidades de llegar al poder. Es que en democracia son las mayorías las que deciden quién gobierna; y al tomar su decisión privilegian ese tipo de ideas, en perjuicio de las más abstractas.
Esto no disminuye la relevancia de ideas que, fruto de la reflexión filosófica o científica, y pese a su mayor nivel de abstracción, han sido capaces de influir en el rumbo de la historia, y en el largo plazo, en mejorar la vida de las personas. Sólo que necesitan ser traducidas en, o complementadas con, propuestas que sean comprensibles, y de interés, para las mayorías ciudadanas.
La obra de Marx es un buen ejemplo de lo que decimos. Su filosofía política proveyó de un sistema de ideas que colaboraron para entender y combatir las injusticias del primitivo capitalismo salvaje. Pero fue necesaria la acción de otros actores, dirigentes obreros y políticos, quienes redefinieron el combate contra “la explotación del hombre por el hombre” convirtiéndola en una lucha por mejorar las condiciones de trabajo y los salarios de los trabajadores.
Cuando una fuerza política busca llegar al poder salteándose la tarea práctica de acompañar sus postulados con propuestas que sean comprendidas y de interés para las mayorías ciudadanas, es muy probable que pierda las elecciones. Tiempo atrás fuerzas minoritarias suplían la falta de apoyos, con golpes de Estado o con revoluciones. De candidatos ilustrados que pierden elecciones frente a otros más populares, así como de golpes de Estado, tenemos experiencias propias; y para revoluciones, la cubana. En todos estos casos no se ha sabido o no se ha querido trabajar para ganar la voluntad de las mayorías, poniéndose en su lugar; conociendo sus demandas; y ajustando las propuestas al lenguaje y expectativas de las mismas. Esperaban que fueran las mayorías las que se elevaran, no se sabe cómo ni por qué, al nivel intelectual de los dirigentes.
Un intelectual puede llegar al poder en democracia, sin duda. Pero para ello debe completar su discurso construido en base a ideas filosóficas o científicas, con la tarea del político que diseña estrategias que despiertan el interés de las mayorías. Fernando Henrique Cardoso lo hizo en Brasil; sumando al prestigio ganado con sus libros una campaña electoral basada en propuestas concretas, hechas con lenguaje comprensible, y de la que salió triunfante.
Lo que antecede puede ayudar a comprender nuestro escenario electoral. Los candidatos con posibilidades reales de llegar al gobierno construyen sus discursos con propuestas centradas en los problemas del día a día de la gente; lo que llevó a que se ganaran su confianza, y con ella, sus preferencias. No explicitan los principios que estarían por detrás de esas propuestas, asumiendo quizás que éstos no son la principal preocupación de la mayoría de los ciudadanos.
La izquierda tradicional es apoyada por menos del 5% del electorado; el que adhiere a una nostálgica lucha de clases anticapitalista, que no ofrece posibilidades reales de cambiar nada.
La candidata del GEN por su parte plantea su campaña dando énfasis a los principios básicos de toda democracia, junto a algunas propuestas de acción; y lo hace rodeada de intelectuales que buscan enriquecer conceptualmente el discurso de la política. Sin embargo, esa campaña no satisface las expectativas de las mayorías ciudadanas, las que preocupadas por el futuro de sus condiciones de existencia sólo escuchan algunas apelaciones a una igualdad que no entienden hasta dónde llega, ni cómo se lograría. Esa falta de integración entre principios y necesidades concretas se refleja en una intención de voto que está lejos de llegar al 10% del electorado.
*Sociólogo.