El ministro de Educación Esteban Bullrich suprimió los manuales sobre el Bicentenario. Omisiones y contradicciones confirmaron lo que ya era vox populi: a la Vicaría Episcopal para la Educación no le gustó el enfoque “gramsciano” con el que los especialistas leen la historia nacional.
Vengo aquí apenas a pensar en las palabras. El adjetivo “gramsciano”, por ejemplo, con el que el arzobispo Héctor Aguer descalificó también la asignatura Construcción de la Sociedad, funciona como otrora la palabra “marxista”, que hoy tiene connotaciones casi positivas, cuasi filosóficas, es decir, semiinofensivas; puesto que la filosofía –tras añares de embrutecimiento programado– ya no es causa de agitación popular. Asimismo, el nombre Construcción de la Ciudadanía remplazaría a Educación Cívica, que fuera otrora Formación Moral y Cívica y a veces Instrucción Cívica, todas versiones de una incógnita con la que atravesé el secundario. Según las habilidades de cada docente, podía inclinarse hacia la historia inmediata, el derecho constitucional, o –en el caso más monstruoso– una catequesis velada que dogmatizaba sobre conceptos como dios, moral y otros asuntos que –siendo apenas palabras abstractas– deberían más bien haber sido objeto de la asignatura Castellano.
¿Es censura? Bullrich dice: “Como ministro de Educación, no puedo permitir que se publiquen materiales con alguna tendencia ideológica”. Estamos en el horno. La ideología, pese a los intentos de la nueva política (que confunde pensamiento con diseño gráfico), no ha podido ser desplazada aún de ningún texto. Yo que ellos me resignaría. Porque el ejercicio contrario (atacar al núcleo de un texto para extirparle su protón ideológico) es tan complicado como arrancar la Máquina de Dios. Si ahora resulta que el material que el propio ministerio encargó –según aducen– “no es plural” (¿quizá no incluya la visión de la Iglesia sobre la Revolución?), tal vez se deba a que está hecho por historiadores y no por presbíteros o matemáticos (tal la profesión del ministro).
Resígnense, muchachos. O búsquense un historiador PRO que haga lo imposible: dar esa versión de la historia que no propague ideología. Pero el PRO es una agrupación extraña que –no me olvido– intentó poner de ministro de Educación a un fascista confeso.
La sede porteña de la Universidad de Luján ofrece una exhibición sobre educación en la dictadura. La muestra es escueta pero contundente. Hay una vitrina de libros prohibidos por los Bullriches y los Agueres de entonces. Por ejemplo, El Principito. En comparación con otros géneros, no hubo tantos libros escolares censurados (tal vez porque el sistema ya tenía sus propios mecanismos de control desde hacía un siglo). La Resolución 1.356/81 prohibió el método de francés C’est le printemps, alegando que “en su contenido se presentan temas como el trabajo, la política, las estadísticas internacionales, avisos y notas periodísticas, humorismo sutil y diálogo de gente adulta, con ataques a la moral y con insistencia. (…) No es aconsejable su empleo pues los temas abordados, los ejemplos que se citan, los dibujos y las fotografías son intencionados, no tienen valor formativo, y no están de acuerdo con nuestros principios.”
Hoy el ministro podría alegar lo mismo: “Los manuales que encargué no están de acuerdo con nuestros principios”, escudado –claro está– en que estos principios son “la pluralidad”. Pero ojo: somos argentinos, y toda restricción –toda censura– nos huele a cuento.
La restricción a enseñar sólo 13 letras en primer grado (una rara interpretación de Piaget) retrasó el aprendizaje, y confinó a los textos escolares a usar sólo 8 consonantes: “Olinda toma el atún de la lata y lo pone en el tomate. Pupi, atento, lo pide. Olinda le da una palmada. ¡Pupi no entiende nada!”
Me siento como Pupi. Deduzca usted cuáles son las otras consonantes que un niño no puede aprender de golpe.
Se exhiben, en contraste, otro tipo de libros: los de la iniciativa pedagógica de Luis Iglesias (allá por los años 40), con breves textos escritos e ilustrados por niños; unos que sí han aprendido todas las letras y que han mirado a su alrededor, donde no hay Pupis.
“El hornero y la hornera se ayudan. Porque cuando el hornero hace su casa, la hornera trae barro. Y después el hornero trae barro. Cuando tarda mucho, es porque está amasando.”
“Yo voy a inventar un auto a vapor. Pero todavía no hice nada.”
Supongo que los milicos sabían lo que hacían. Tales textos nada carentes de ideología y tan ajena ella a nuestros principios, arengan a la subversión y al caos.