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La lengua argentina

Las metáforas y el mal tiempo

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Las metáforas se definen como una comparación tácita en la que no se pronuncia la palabra “como” (en vez de “esto es como aquello”, la metáfora postula directamente “esto es aquello”). Fuera de discutir si toda la lengua es de por sí una metáfora –que consiste en tomar una palabra por el concepto que viene ensamblado con ella–, ya en el colegio nos enseñaban su valor literario y, a veces, explicativo. Es conocida, en este último sentido, la asociación que el médico William Harvey estableció entre las tuberías de la ciudad de Londres y las venas y arterias: él propuso la metáfora de la circulación de la sangre, que iluminó los estudios anatómicos.
De manera similar, los funcionarios de todos los gobiernos tratan de explicar las contingencias a la ciudadanía por medio de metáforas. Y sus explicaciones suelen concentrarse en determinados campos de la teoría o de la práctica. Así, desde hace mucho, primeros mandatarios, ministros y jefes de gabinete nos han acostumbrado a las metáforas climáticas para evitar nombrar lo innombrable: que hay crisis y que no estamos bien.
Desde la conferencia de prensa que dio nuestro presidente el 18 de julio, parece que la lluvia arrecia. Y lo peor es que no se trata de la “lluvia de inversiones” prometida desde el principio de su mandato sino, antes bien, de una “tormenta”. La “tormenta de frente” con la que, según el ingeniero Macri, nos hemos topado.
No fue él, sin embargo, quien disparó la metáfora. Ya en junio, Marcos Peña había afirmado en Nueva York: “El acuerdo con el FMI puede ofrecer un paraguas mientras existen tormentas en varios lugares del mundo”. Y siguió, pocos días antes de la conferencia del Presidente, con “Estamos saliendo de una tormenta que nos pegó fuerte”.
Pero hablar de este campo de metáforas nos fuerza a recordar la histórica frase que otro ingeniero –el ministro Alvaro Alsogaray– dijo a mediados de 1959. La memoria colectiva de los argentinos (incluso la de los que no vivíamos aún por entonces) define el enunciado “Hay que pasar el invierno” como una referencia obligada –quién lo duda– a los tiempos difíciles.
En línea con él y con las tempestades, los economistas hablan de “vientos de cola”, de “vientos de frente” y de “huracanes” financieros; de “pronósticos” acertados (como los de los meteorólogos) y de “nubarrones” (o períodos menos que tormentosos); de “terremotos” geopolíticos; de “veranitos” y de “primaveras”; del “clima” económico, de “enfriar” la economía y de evitar “el recalentamiento”.
Pero lo interesante de las metáforas, más allá del colorido que incorporan a discursos potencialmente tediosos, es el escenario que pintan y el papel que les otorgan a los personajes en cuestión. Vista su metáfora desde esa perspectiva, el ingeniero Alsogaray es presentado como un padre previsor que recomienda salir con saquito.  
El presidente Macri, por su parte, describe la situación como inevitable y ajena al control humano: es la naturaleza –y no las personas– la que domina los fenómenos atmosféricos. Es decir, el Gobierno es impotente para controlar la adversidad económica porque sus causas responden a un designio externo e inmanejable. Con todo, reserva para sí el papel de un actor eficiente. “Hemos sabido arriar las velas”, dijo en la conferencia de prensa del 18 de julio. Entonces, la metáfora es útil para delinear un escenario esquivo pero una acción idónea de su mano, la del hábil piloto de tormentas.
Por nuestro lado, y como ciudadanos, seguiremos capeando temporales, en lo que ya venimos bastante adiestrados. Mojándonos algunos y comprando paraguas los otros, si se me permite la metáfora. A ver cuándo llega el buen tiempo, que ya va siendo hora.

*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.