Los cordobeses capitalinos hemos vivido una pesadilla. La policía provincial hizo una huelga y, de esa manera, los delincuentes y los violentos se ensañaron contra una ciudadanía indefensa. ¿Cómo pudo pasarnos? Después del miedo y el enojo, unos sienten “vergüenza ajena” y otros deberían sentir “vergüenza propia”.
Avergüenza el paro policial. Porque los policías que hicieron la huelga violaron las leyes y, queriendo o no, provocaron un caos sin antecedentes en los treinta años de democracia cordobesa, y pusieron en peligro la vida y la propiedad de vecinos inocentes.
Avergüenza la situación anterior al paro policial. Porque las condiciones salariales y laborales de los policías no justifican absolutamente el paro pero lo explican totalmente. Los reclamos eran justos y el acuerdo con las autoridades provinciales les dio la razón.
Avergüenzan la delincuencia organizada y la violencia desmedida pero, sobre todo, avergüenzan los saqueadores y ladrones “de ocasión”. Porque se vieron vecinos “comunes”, sin distinción de clases ni barrios, que se sumaron a los saqueadores y ladrones “de oficio” para adueñarse de los bienes ajenos como si fueran propios.
Avergüenza la sensación de desamparo de las víctimas del delito y la violencia. Porque sus caras y voces denuncian la bronca y la impotencia de pequeños comerciantes que perdieron sus pertenencias a manos de hordas de delincuentes y violentos que obraron con absoluto y total desprecio por sus derechos.
Avergüenza el odio de quienes gritaban y siguen gritando sus deseos de venganza. Porque se vieron individuos cargados de odio y discriminación, más violentos que los violentos, reclamando “mano dura” y “justicia por mano propia”, enjuiciando y condenando “por portación de rostro” a cualquiera.
Avergüenza la ausencia de políticas de seguridad o sus fallas. Porque se vio una sociedad vulnerable y vulnerada, sin referencias ni referentes, atrapada en una pelea entre gobernantes que deberían coordinar sus decisiones y acciones para garantizar la seguridad de los ciudadanos.
Finalmente, avergüenza una sociedad que se ha construido tolerando la desigualdad, donde los ricos se muestran sin pudor y los pobres se esconden con dolor. Porque hay una sociedad donde el que tiene “puede” y el que no tiene “no puede”, donde unos tienen asegurado un futuro y otros lo tienen arrebatado.
Esa no es Córdoba. ¿Esa es Córdoba? ¿Esos son los cordobeses? La respuesta es ¡no! Esa no es Córdoba y ésos no son los cordobeses. Los ladrones “profesionales” no representan a los cordobeses que viven de su trabajo. Mucho menos los ladrones “ocasionales”. Esa noche negra no es la regla en la provincia ni en la capital de los cordobeses.
Hubo policías que siguieron sirviendo a sus conciudadanos, a pesar de las muchas razones de sus reclamos. Tan mal pagos y tan injustamente tratados como los “acuartelados”, hubo policías que se jugaron la propia vida defendiendo la ajena, en condiciones particularmente difíciles.
La inmensa mayoría de los cordobeses no fue parte de los saqueadores ni los ladrones. Miles y miles de cordobeses se recluyeron en sus hogares o salieron a solidarizarse con vecinos, familiares y amigos. Muchísimos cordobeses se cuidaron entre ellos, y resguardaron sus vidas y sus propiedades sin apelar a la delincuencia ni a la violencia.
Hay muchas personas y organizaciones que hoy buscan ayudar a quienes perdieron todo o casi todo. Mucha gente está contribuyendo con sus obras y también con sus palabras, sin mentiras ni especulaciones. Hay mucha gente que se pone de pie sobre sus pérdidas para empezar de nuevo, con esperanza.
Los cordobeses capitalinos sienten esas vergüenzas (propias y ajenas) porque no son “sinvergüenzas” sino mujeres y hombres de buena fe. Porque no les saquearon ni robaron la esperanza de una Córdoba mejor. Esa Córdoba debe sobreponerse, sin prejuicios. Con la ley en las manos, para castigar a los culpables.
*Coordinador de la Licenciatura en Seguridad de la Universidad Nacional de Villa María.